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Pío Moa

Modelos juveniles

Una maestra describe, en carta a un diario, una zona madrileña de “diversión juvenil”: masas de gente “bebiendo botellón, vomitando, orinando y realizando todo tipo de necesidades fisiológicas sin ningún pudor”. Un cerdo bípedo le lanzó un escupitajo. “El lugar en que entramos parecía normal hasta que un “pasado de la vida” empezó a enrollarse con sus amigas y amigos, y terminó con los genitales a la vista, paseando tranquilamente por el bar. Las calles ofrecían un aspecto desolador: aceras, jardines, bancos, fuentes, eran un estercolero de botellas, vasos, plásticos, restos de comida...” etc.

Así ocurre desde hace muchos años, no sólo en Madrid, sino en cualquier capital menor y hasta en pueblos pequeños, y no creo que la asqueada autora de la carta descubra nada a nadie. En el País Vasco se combina con la “kale borroka”, variante “politizada” de lo mismo. La señora yerra, en cambio, cuando pretende desvincular tales conductas de la “movida madrileña” de hace años. Por el contrario, esta exhibición de zafiedad torpona, no acompañada siquiera del relativo ingenio asociado antaño a la golfería juvenil, nació con la “movida madrileña”, tan celebrada por los sociatas en sus buenos y corruptos tiempos.

La derecha, se suponía, iba a poner coto a tales cosas, así como a la burdelización de espacios públicos, etc. Pero no. La única mejora es que no hay tanta jeringuilla de drogadictos tirada por todas partes, y se ven menos desgraciados pinchándose o preparando la droga en las calles o en el metro –lo que no significa que se consuma menos droga. En el resto, la “movida”ha ido a más. La derecha, aunque fastidiada, es demasiado cobarde moralmente para hacer algo al respecto.

Estas conductas siempre han existido, y siempre los mayores se han quejado de ellas, olvidando a veces su propia juventud. Pero antes tenían carácter marginal, y lo que caracteriza la situación de ahora es su masividad: ¡grandes rebaños, realmente! ¿De donde viene todo esto? De sus padres, de quienes ahora tenemos entre 45 y 60 años, la “generación del 68”, en una palabra. Esa generación, una vez despedida su capa de charlatanería política, ha legado a sus sucesores unos modelos de conducta sintetizados, para los varones, en el macarrilla y el chisgarabís, y para las chicas en el marimacho y el putón verbenero. Uso estas expresiones populares porque me parecen más descriptivas y ajustadas que otras aparentemente más neutras y “serias”.

No faltarán quienes vean en esos comportamientos algo progresista y liberador. Por mi parte coincido con Li Chi-lai, el célebre poeta Sung: “ una de las cosas más lamentables de contemplar es una juventud echada a perder por una educación falsa”. Más lamentable por cuanto esa seudo-educación procede de nosotros.

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