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José Hermida

De la prudencia como virtud y otras contradicciones

La desconfianza en Internet proporciona oportunidades a las alianzas entre empresas. El Derecho Romano ya contemplaba la posibilidad del pago diferido del importe de las transacciones, así como las comisiones por seguros de transporte, tanto de la mercancía como de la nave. La incertidumbre acerca del momento pago (tempus incertus) era la mayor preocupación de un suministrador de mercancía. Y lo sigue siendo hoy en día, pese a que la tarjeta de crédito tiene una antigüedad de miles de años (fue inventada en el imperio asirio, prácticamente con la misma forma y tamaño que las que usted y yo llevamos en el bolsillo, pero hechas de arcilla, naturalmente) nadie acaba de fiarse del todo de su prójimo.

No deja de resultar paradójico, tanto en Internet como en el mundo no digital, que los pequeños compradores tengan bastante difícil el acceso al crédito. Una empresa con 100 empleados probablemente encontrará menos dificultades para poder girar una letra a 90 días que un pequeño comerciante, toda vez que la seguridad en la información relativa a la solvencia resulte habitualmente más fiable en el segundo caso que en el primero (los grandes empresarios sienten una pulsión irrefrenable a cometer disparates).

Posiblemente se trate de una cuestión de tamaño: a medida que la empresa crece, las decisiones se van haciendo menos razonables. Como se da la circunstancia de que los negocios en Internet de los que oímos hablar suelen arrancar, salvo raras excepciones, a partir de fuertes inversiones, las decisiones dejan de ser racionales desde el mismo principio. Todos sabemos que el oxígeno escasea en las grandes alturas, de modo que es difícil encontrar vida inteligente por ahí arriba.

¿Y por qué oímos hablar de esos grandes negocios? ¿Por qué son grandes? ¿Por qué son buenos? Nada de eso: sabemos de ellos porque inundan las calles con carteles publicitarios y con anuncios en televisión, por cierto, cada vez menos inteligibles. En realidad es aquí donde se encuentra la gran paradoja: si son negocios orientados hacia la captura de anunciantes y proclaman que sus portales son altamente efectivos para promover la venta de los productos y servicios de sus clientes, ¿para qué tienen entonces que anunciarse en un soporte no digital? Deberían anunciarse exclusivamente en sus mismos sitios web, y además, eso aportaría una gran credibilidad al público potencial. El círculo tautológico se ha obviado mediante el rocambolesco bucle anúnciate-en-mi-web-pero-yo-prefiero-otros-medios-para-conectar-contigo. Increíble.

Se suponía que habíamos quedado en que Internet abarataba costes; pues no señor: se está viendo que lo encarece todo: un CD te sale más caro debido a los gastos de transporte, pero además, quienes lo compran, tienen una tienda al lado de casa, mientras que quienes no lo compran están aislados de casi todo. Se daba por hecho (¡hace tan sólo tres años atrás!) que Internet eliminaba los inconvenientes de las distancias y que los habitantes del mundo rural iban a disfrutar prácticamente los mismos privilegios que los de las grandes ciudades. Sin embargo, está sucediendo lo contrario: el número de conexiones a Internet en núcleos urbanos pequeños es inversamente proporcional al número de habitantes de cada localidad, con lo que ya empieza a resultar algo difícil el poder encontrar sentido a todo este asunto y la confianza en el sistema, lejos de aumentar, siembra más dudas. No es que el número de conexiones no crezca, sino que se producen una asimetrías de importancia, que es lo que impide la generación de negocios sostenibles, fiables y eficientes.

La desconfianza es un sentimiento inadecuado para casi todo, pero de forma especial para los negocios. Justos y pecadores pagan culpas colectivas en las que la mayoría de los actores no incurren. Parece razonable predecir que tan sólo crecerán aquellos negocios basados en soportes tangibles, incluyendo lo que se denomina “fondo de comercio” es decir, prestigio, y que las pequeñas iniciativas serán devoradas por errores propios y ajenos a menos que sean capaces de coordinarse y ofrecer paquetes de servicios basados en la cooperación, algo en lo que prácticamente todos los analistas coinciden y que constituye la única garantía, o por lo menos las más segura, para poder competir con los grandes monstruos inversores metidos en este negocio de los bits.

Otra predicción fiable es que no se alcanzarán rutinas de eficiencia en esta generación técnica basada en procesadores eléctricos. La siguiente e inmediata generación (transmisión y computación de la información mediante luz, todavía en fase pre-comercial) probablemente heredará los mismos problemas que ahora están planteados.

Pero puede que para entonces el cerebro humano haya conseguido funcionar de otra manera: con más luces.

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