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Alberto Míguez

O de unos, o de otros

El escepticismo del ministro Piqué sobre las propuestas novedosas que prepara su colega británico en los próximos meses para resolver el contencioso de Gibraltar resulta, además de explicable, razonable. Pocos problemas históricos tienen más difícil solución, entre otras razones porque ambas partes –España y el Reino Unido– se encuentran maniatados por el arcaico Tratado de Utrecht, el único documento que legaliza la ocupación inglesa de la colonia y que, además, impide dos de las salidas varias veces sugeridas: independencia del territorio o transferencia a un tercero. El Tratado dice taxativamente que si Gibraltar dejara de pertenecer a la corona británica debería ser inmediatamente transferido a la española. Y que en ningún caso podría acceder a la independencia.

Los “llanitos” (habitantes de Gibraltar) han intentado en múltiples ocasiones que les fuera reconocido el derecho de autodeterminación, de modo que pudieran acceder a la independencia. Intento vano, porque los ingleses se oponen y los españoles, todavía más. Caruana, el pintoresco “ministro principal” de la colonia sigue dale que dale hasta cansar a la metrópoli. Su último intento consiste en participar como tercero en discordia en las negociaciones hispano-británicas, algo a lo que el Gobierno español se opone tajantemente.

Por muchos esfuerzos de imaginación que despliegue el ministro de Exteriores español sería difícil imaginar qué fórmula novedosa podría sacarse de la chistera o del sombrero hongo en los próximos meses: ¿cosoberanía, alquiler por cincuenta años, cogobierno de dos príncipes de las dos casas reales? Cualquier idea podría servir pero muy pocas son viables dado que el corsé de Utrecht las convierte a casi todas en papel mojado. Las cosas están así de claras: Gibraltar será británico (ya lo es ahora) o español. O de unos o de otros.

En España

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