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José Hermida

Las drogas en el terrorismo internacional

El Programa de las Naciones Unidas para la Fiscalización Internacional de Drogas PNUFID estima que se dedican 270.000 hectáreas en todo el mundo al cultivo del opio. La superficie utilizada con tan fin parece haberse estabilizado a lo largo de los últimos años, pero el mayor crecimiento ha tenido lugar en Afganistán.

Afganistán produce entre 2.200 y 2.300 toneladas de opio seco (30 por ciento más liviano que el opio fresco). Los dos tercios provienen de las provincias del sur bajo control talibán. Según el Inter Services Intelligence (ISI) –los servicios secretos del ejército pakistaní–, los fondos obtenidos por la venta se utilizan para financiar las operaciones de desestabilización de India a través de las rebeliones sijs del Penjab y la zona musulmana de Cachemira.

El actual Afganistán se asienta en una buena parte de los antiguos territorios poblados por el pueblo escita. Herodoto, en el Libro IV de sus Historias (IV, 74-75, páginas 384, 389 de la edición en español de Akal Clásica) nos cuenta que tenían por costumbre levantar tiendas de lana sobre un soporte de tres pértigas, cubrirlas con lana y encender una hoguera en la que echaban las semillas del cáñamo, de tal forma que “complaciéndose en el baño de vapor, dan gritos de júbilo”. Se ve que a industria de las drogas viene de antiguo y que no es cosa exclusiva de los grupos de rock.

Hasta 1993, las únicas estadísticas disponibles eran las del Departamento de Estado estadounidense, que calculaban, a partir de las observaciones de satélites, la producción de opio en Afganistán en 690 toneladas. Esta exageradamente prudente evaluación apuntaba sin duda a hacer olvidar el silencio de las autoridades estadounidenses, y en particular de la CIA, ante el desarrollo de la producción en las zonas controladas por los mudjahidines durante la guerra de Afganistán.

El papel de la CIA en la ayuda a la producción de drogas en Afganistán es por lo menos confuso. Durante la guerra contra la Unión Soviética, la CIA facilitó a los guerrilleros afganos camiones y mulas para transportar armas, pero esos mismos medios de transporte eran utilizados para llevar el opio hasta los laboratorios situados junto a la frontera con Pakistán. Un informe oficial de la DEA (Drug Enforcement Administration) al Congreso de los Estados Unidos en 1996 ya notificaba entonces que mientras la mayor parte de la producción de heroína en Asia se dedicaba al propio mercado asiático y al lucrativo (sic) mercado europeo, la droga consumida en Norteamérica provenía de Afganistán y zonas limítrofes.

El mundo occidental ha estado siendo seriamente atacado desde mucho antes de lo acaecido en el fatídico martes de septiembre en Nueva York y Washington. Pero es como si nadie se hubiese dado cuenta, pese a los informes de la ONU y de la misma DEA. De cara al futuro inmediato, parece más que razonable la necesidad de prestar una atención urgente a la comunicación de los valores sociales en el mundo occidental. Obsérvese que esta comunicación no debería estar únicamente enfocada hacia el exterior; la violencia irracional local, derivada en considerable medida de la falta de ilusiones o expectativas por parte de los jóvenes, a quienes, a falta de una calificación más exacta, convenimos en llamar radicales, debería hacernos pensar en alternativas serias que no se conformasen con respuestas contundentes, dado que éstas actúan sintomáticamente, pero no acuden a las fuentes de los conflictos.

Es un reto educacional, por supuesto, y eso implica procesos largos, intergeneracionales, ante los que tradicionalmente los representantes de la sociedad se muestran renuentes en la medida en que no producen réditos políticos en el corto plazo. Las amenazas a las libertades, como de costumbre, pueden provenir, y de hecho provienen, desde cualquier posición manifiesta (ETA, IRA) o latente (grupos neonazis, extremismos fundamentalistas localizados en Europa), pero será el éxito social, nítida, universal y democráticamente perceptible, el argumento de auténtica fuerza a lo largo de todo este proceso en el que con toda seguridad, Internet (o las nuevas redes de comunicación que surjan en su momento) actuarán como factor clave.

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