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Carlos Semprún Maura

El misterio de los calzones superpuestos

El caso se presenta como una novela policíaca, en la que las autoridades desempeñan el papel del malo. No por motivos de corrupción, eso está muy visto, sino de ocultación de un crimen por temor a repercusiones políticas. Lo clásico, en la vida como en la literatura, es ocultar el crimen, presentándolo como accidente.

Entre los escombros provocados por la tremenda explosión en Tolosa, el pasado mes de septiembre, de la fabrica AZF -perteneciente al grupo Total-, donde se contabilizaron 29 muertos y 3.500 heridos, se encontró el cadáver de Hassan Jandubi, francés de origen tunecino, que llevaba puestos dos pantalones y cuatro calzoncillos.

No es ninguna broma y no hay motivo para las risas. A la policía, que por lo visto sabe un poquitín más sobre las prácticas del terrorismo islámico que muchos sesudos comentaristas, esto le llamó la atención, y realizó sus debidas pesquisas, de las que resultan que Jandubi, quien trabajaba como interino en dicha fábrica y estaba fichado como delincuente menor, frecuentaba asiduamente los medios integristas islámicos de Tolosa. Su viuda lo niega, dice que no era musulmán, o en todo caso no practicaba, y si llevaba tantas prendas interiores, era porque le daba vergüenza ser tan delgado. No puede decir otra cosa, si quiere evitar la menor sospecha de complicidad.

En las cartas a sus familias dejadas por los pilotos suicidas que destruyeron las torres gemelas de Manhattan -que dicho sea de paso eran bellísimas-, podían leerse ciertas instrucciones sobre los cuidados corporales, baños, perfumes, así como los rezos y plegarias que los terroristas suicidas (no me gusta la palabra “kamikaze”, suena a vasco) debían realizar para llegar, limpios de cuerpo y alma, al paraíso de Alá, en donde les esperan 72 huríes (que yo no calificaría de putas, porque sería insultar a nuestras prostitutas). Según parece, no sólo multiplican los calzoncillos, sino que algunos se vendan el falo y los cojones, para que lleguen intactos.

Se ha entablado una increíble discusión teológica. ¡Eso no está en el Corán se ha dicho -me han dicho. Bueno, tampoco existen aviones y torres en el Corán, y ni siquiera se ordena la bárbara mutilación del clítoris a las niñas, lo cual no impide que cada año, sean millones las pobres niñas así mutiladas en todo el mundo islámico. Estas y otras barbaridades se “olvidan” para convencernos de la bondad del Islam.

Dicho esto, no está demostrado que la explosión de Tolosa fuera un acto criminal. He notado que en ciertas cadenas de televisión y en ciertos periódicos -el primero en haber escrito sobre la “pista Jadubi”, es el semanario económico Valeurs Actuèlles-, se habla claramente de la hipótesis del atentado, mientras que en otros se oculta por completo. La televisión estatal y periódicos como Le Monde, constituyen buenos ejemplos de esta ocultación. Dos días seguidos (jueves y viernes) Le Figaro, con grandes titulares en primera plana, aludía a la posibilidad de un atentado y a la “pista Jadubi”. Le Monde, en páginas interiores y en una breve de diez líneas, se limitaba a señalar que la policía había realizado una pesquisa en el domicilio de Jadubi, y en cambio, el titular de primera plana nos informaba que todos los musulmanes de Francia condenaban el terrorismo. Mienten a sabiendas, porque les bastaría consultar Internet para saber que eso no es cierto. Cierto, sí, sin lugar a dudas, es que los simpatizantes de terroristas constituyen una minoría, y que la mayoría de los magrebíes, principal población musulmana en Francia, no son terroristas; y muchos, ni siquiera musulmanes.

Pero la cuestión sigue pendiente: ¿esa ínfima minoría ha cometido un atentado en Tolosa? Y si no existe el menor peligro terrorista, gracias a su cultura republicana y social burócrata ¿por qué se vanaglorian de haber impedido un atentado contra la embajada de Estados Unidos en París.

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