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Antonio Sánchez-Gijón

Turquía contra el extremismo islámico

El gobierno de Turquía y la jefatura militar del país se verán en las próximas semanas desafiados por el islamismo extremista, tal como lo está siendo el gobierno militar de Pakistán; y ello con motivo de la ayuda que prestan a la coalición contra Afganistán. Ankara ha ayudado a la coalición convocando la reunión, esta pasada semana, de representantes de las fuerzas opuestas al gobierno talibán con vistas a la reunión de la asamblea de notables; los turcos están deseosos de enviar fuerzas militares que ayuden a un gobierno de coalición surgido de esa asamblea. En los próximos días el presidente Ahmed Sezer negociará ambas cosas en Islamabad. Las posibilidades de que los turcos controlen a sus extremistas son superiores a las que tienen el general Musharraf y sus jefes militares de hacerlo en Pakistán.

La ayuda de Turquía puede ser de gran trascendencia para la coalición anti-talibán, por dos razones: desteñirá el tinte occidental y “cristiano” que hasta ahora ha tenido la coalición, y ayudará moralmente a Musharraf, quien, como nacionalista, sueña con una revolución secular como la que impuso Ataturk en Turquía, en los años veinte.

En la situación política de Turquía y Pakistán hay, sin embargo, marcadas diferencias: Turquía, mayoritariamente musulmana, es un estado laico al que los islamistas extremistas desafian con mucha mayor violencia que sus hermanos pakistaníes lo han hecho contra el gobierno de Islamabad. Por otra parte, las oportunidades de que los extremistas turcos den un vuelco a la situación de su país son mínimas, mientras que no se puede decir lo mismo en el caso de Pakistán.

Las fuerzas armadas turcas se han mostrado hasta ahora resueltas enemigas de todo intento de islamización de la política, y no parecen dispuestas a ceder. Un signo de su seguridad en sí mismos por parte de los militares lo constituye el que, en un gesto sin precedentes, han pedido autorización parlamentaria para enviar fuerzas a Afganistá. La coalición gubernamental, liderada por el partido socialdemócrata del histórico Bulent Ecevit, no sería la que negase la aprobación, sabiendo que si las fuerzas islámicas extremistas hicieran su revolución les iba la cabeza en ello.

Las élites políticas y militares turcas, y la sociedad civil en general, se han visto desafiadas desde hace quince años o más por dos formas de intentos islamistas: por un lado, movimientos políticos con representación parlamentaria, y por otro grupos terroristas que aplican una violencia extrema.

El movimiento político encarnó en el partido del Bienestar, que tuvo gran influencia política en los 90. El partido fue declarado inconstitucional en 1998 por sus fines religiosos, y su líder, Neemetín Erbakan, proscrito de la actividad política. Los islamistas levantaron cabeza inmediatamente, y se agruparon en el Partido Islámico de la Virtud, que alcanzó 105 puestos en el parlamento. El 22 de junio pasado el Tribunal Constitucional volvió a asestar el mismo golpe: el partido fue disuelto, aunque cien de sus diputados conservaron el cargo a título individual.

El desafío violento contra el estado laico turco viene del movimiento Hizbollá, que se presume tiene 25.000 militantes, de los cuales 4.000 se hallarían armados. Se le atribuye la comisión de entre 2.000 y 4.000 asesinatos. Hizbollá mantiene una orientación semejante al homónimo grupo palestino, y parece también inspirado en la revolución jomeinista de Irán. Hizbollá resultó de una secesión del Partido Comunista Kurdo de Oçalan, lo que le resta potencial de influencia en la población en general.

Aunque nación declaradamente laica, los problemas de Turquía no son muy desemejantes de los de muchos países confesionalmente islámicos: corrupción extendida por las altas esferas, economía rayana en la insolvencia, marginación económica y social de amplísimas capas de la población, y ciega insistencia de gran parte de ésta en buscar la redención en la Sharia islámica. Lo único bueno con que Occidente puede contar es, por lo menos, que las élites y fuerzas laicas turcas siguen fieles a la OTAN, y se proponen el ingreso en la Unión Europea como su meta irrenunciable.

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