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Alberto Míguez

Un globo sonda

Tanto la interesante filtración del diario británico “The Guardian” como los rumores recogidos por Radio Nacional de España pueden o no tomarse en serio según el humor, la credibilidad o la inocencia del consumidor. Pero a estas alturas del partido conviene ser precavido y prudente. Nunca está de más en política internacional, pero en el caso de Gibraltar parece de rigor: a fuerza de engañifas, promesas incumplidas, regateos y zalemas, quien desee evitar un batacazo debe extremar la prudencia hasta el recelo y la desconfianza. Los británicos son maestros en el arte de la negociación y el regateo: los españoles lo hemos aprendido a fuerza de decepciones y portazos.

Es probable que el Reino Unido acepte tratar en serio el problema de la soberanía de Gibraltar. Es posible. También es posible que acepte un esquema semejante al de Hong Kong u otro cualquiera como el de la cosoberanía, previa aceptación por parte española de una amplia autonomía fiscal. Es posible. Incluso es posible que en un rasgo de genio o imaginación se proponga un coprincipado estilo Andorra. Son sugestiones atractivas, relativamente novedosas, basadas todas ellas en un principio tan indemostrable ahora como inolvidable antaño: la buena fe del amigo inglés. Hasta ahora, esta buena fe ha brillado por su ausencia. Sería estupendo que nos equivocáramos.

Hay plazos, hay fórmulas, hay conversaciones, hay rumores, hay incluso una fecha de reunión en Barcelona entre Piqué y Straw para hablar de la cosa. Pero ahora viene el tío Paco con la rebaja: mientras las agencias de prensa y el equipo mediático habitual que acompaña a Piqué en todos sus desplazamientos y excursiones se maravillaba con tan bellas perspectivas, el Foreing Office difundía un comunicado en el que reiteraba que, de acuerdo con lo establecido en el preámbulo y en la Constitución gibraltareña de 1969 (una Constitución que España no reconoce y rechaza), se establece el principio de consentimiento de los gibraltareños para cualquier cambio de soberanía.

¡Acabáramos! Ahí estaba la trampa. Resulta que cualquier acuerdo sobre soberanía o cuestiones anejas deberá contar con la aquiescencia de la población gibraltareña que sistemáticamente se ha opuesto en los últimos veinte años a cualquier acuerdo, compromiso o salida al problema. Todo indica que las filtraciones y los cuchicheos, los rumores y las fuentes oficiosas apuntan hacia un objetivo muy concreto: comprobar hasta dónde están dispuestos a ceder los “llanitos” (habitantes de Gibraltar), si es que están dispuestos a ceder algo y si han olvidado definitivamente su objetivo estratégico, un Gibraltar independiente en el seno de la comunidad británica.

Pero el primer indicador será mucho más fácil de comprobar. Los gibraltareños exigen participar en el diálogo sobre el futuro de la colonia en condiciones iguales a las dos partes, España y el Reino Unido. Si se les impide –y los gobiernos de Madrid y Londres no pueden hacer otra cosa– se habrá llegado a la hora de la verdad. Un poco de paciencia.


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