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Jesús Gómez Ruiz

¿A quién beneficia la bajada de tipos?

Una de las anomalías económicas más curiosas de nuestro tiempo es el consenso que existe en torno a la necesidad de que sean los bancos centrales los que se encarguen de fijar el precio más importante del mercado: el tipo de interés. Las voces de protesta son escasísimas, incluso entre los economistas liberales. Desde que se instaló en la ciencia económica (allá por los años 20) el mito de que se puede conseguir un crecimiento sostenido con precios estables manipulando adecuadamente la oferta monetaria, aun a pesar de que la experiencia ha demostrado repetidamente lo contrario, quien osa cuestionarlo seriamente queda etiquetado para siempre como hereje o arbitrista.

Sin embargo, no hace falta ser un experto en cuestiones monetarias para darse cuenta de que los objetivos que se asignan a la política monetaria (crecimiento sostenido con precios estables) son incompatibles entre sí. El ejemplo más claro son los felices años veinte, coronados por la depresión económica más devastadora de la Historia. Sin necesidad de entrar en profundidades, baste señalar que desde 1923 a 1929 los precios en EEUU se mantuvieron aproximadamente estables, con cifras de crecimiento muy elevadas. Sin embargo, los tremendos incrementos de productividad que tuvieron lugar en la década de los veinte tendrían que haberse traducido en sensibles descensos de los precios. Por otra parte, las excesivas facilidades crediticias que la Reserva Federal otorgó en esos años, además de impedir esa necesaria caída de los precios, canalizaron ingentes masas de dinero hacia la bolsa, para pujar por valores cuyos PER eran ya astronómicos.

Tanto ayer como hoy, subvencionar las actividades económicas no rentables y la especulación bursátil con tipos de interés bajos trae como consecuencia el estancamiento económico, del que la Gran Depresión y la situación actual en Japón son claros ejemplos. No es posible mantener los precios estables sin provocar grandes distorsiones en el aparato productivo. Para poder reasignar los recursos productivos en función de las variaciones de la demanda, es preciso que los precios fluctúen. De otro modo, sólo las crisis masivas pueden corregir los errores de inversión acumulados.

En España, la nueva bajada de tipos del BCE, coloca el tipo de interés real (la diferencia entre el tipo de interés nominal y la tasa de inflación) por debajo de cero. No es necesario señalar que cuando el tipo de interés real es negativo, el endeudamiento aumenta vertiginosamente. Basta con pedir créditos, comprar bienes que conserven eficazmente el valor, y después liquidar las inversiones y devolver los créditos en moneda depreciada para lucrarse. En estas circunstancias, la bolsa y el mercado inmobiliario son los principales objetivos de los inversores. Por eso los analistas de bolsa y los asesores inmobiliarios siempre claman por una bajada de tipos de interés cuando sus respectivos mercados pierden gas. Y tampoco hay que olvidar que para quienes estén pagando hipotecas a interés variable, la bajada de tipos es como una “bendición del cielo”.

Sin embargo, el caramelo de la bajada de tipos trae consigo el veneno del fomento del endeudamiento, precisamente cuando más necesario es limitarlo; y esto sólo puede traer como consecuencia el estancamiento económico. Y además, cuando el público pierda la confianza en la estabilidad económica, la inflación galopante y la subida vertiginosa de los tipos de interés nominales. Pero, para entonces, las casas de corretaje, las agencias de valores y los agentes inmobiliarios ya habrán obtenido pingües beneficios. Los que se hayan endeudado a tipo de interés variable pagarán las consecuencias.

Y por cierto, ¿dónde queda la “independencia” del BCE? ¿No tenía que ocuparse sólo de los precios, dejando a un lado el crecimiento económico? Esta vez no se le puede echar la culpa a Oscar Lafontaine.

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