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Diana Molineaux

Con las armas del miedo

Las últimas declaraciones de Osama ben Laden encajan perfectamente con su actuación en los últimos dos meses: se declaró inocente cuando el mundo quedó horrorizado ante la destrucción de Nueva York, llamó a la guerra santa cuando el cerco empezó a estrecharse en torno suyo y cuando sus protectores sufren la primera derrota eleva las amenazas hasta el holocausto nuclear.

Ben Laden refleja simplemente el hecho de que el terrorismo es el arma de los débiles y, aunque el mundo debe seguir alerta para evitar otros ataques, es probable que las huestes del millonario saudita estén agotadas por el momento: los aviones-misil del 11 de septiembre fueron las armas más poderosas que pudo conseguir y luego tan sólo le quedó capitalizar sobre el terror que había sembrado, primero con los videos grabados en las cuevas afganas, luego con declaraciones de guerra cada vez más estridentes y ahora, cuando sus amigos han sufrido su primera derrota en Mazar-i-Sharif, diciendo que posee armas nucleares y que se las guarda como “elemento disuasor”.

El problema de Ben Laden es que los ataques de septiembre y su retórica asesina han convencido a casi todos de que, de haber tenido armas nucleares, ya las habría usado. Como Saddam Hussein que trató de detener a los ejércitos occidentales con palabras conjurando “la madre de todas las batallas”, Ben Laden opone ahora la mejor arma que probablemente le queda: el miedo que confía infundir en quienes recuerdan el horror de las torres de Nueva York y la destrucción del Pentágono.