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Antonio Sánchez-Gijón

Lógica de la guerra y alternativas de conciencia

En pocas horas sabremos si la resistencia talibán y de Al-Qaeda en Kunduz se convertirá en una guerra de sitio, o terminará mediante capitulación. En un caso u otro, las alternativas militares darán paso a otras de tipo jurídico. La lógica de la lucha contra los voluntarios del terrorismo exige su exterminio; la conciencia de muchos pide atenerse a principios humanitarios. Las leyes de la guerra tienen mucho que decir en esta materia, pero los contendientes suelen escuchar sólo a la necesidad. Los romanos decían “hablan las armas callan las leyes”.

Recordemos la película de Spielberg sobre el desembarco de Normandía: los soldados alemanes de primera línea se rendían a las débiles tropas de invasión, y éstas los mataban. Lo hacían contra las leyes de la guerra, pero evidentemente también por necesidad. Hacerlos prisioneros hubiera atado a su guarda a unos combatientes indispensables para asegurar la cabeza de playa. Esto no es difícil de entender.

En Kunduz se estima que hay entre 3.000 y 5.000 combatientes extranjeros, voluntarios árabes y de Al-Qaeda. Han jurado luchar hasta la muerte y no aceptar la capitulación que los talibanes afganos han tratado de negociar con sus sitiadores de la Alianza del Norte. Ya se han creado las situaciones emocionales propias de los sitios y asedios, de forzarse por juramento a matarse entre sí, si el ánimo de alguno flaquea. Los extranjeros han asesinado a muchos talibanes que querían rendirse, y han colgado algunos como ejemplo. Todo esto ya lo habían visto los españoles en la guerra de Flandes, y lo trata el príncipe de Montecuccoli en su Arte Universal de la guerra.

Podría ocurrir que los voluntarios extranjeros, al final, se entreguen a merced de los vencedores. Entonces puede preverse una gran presión de las conciencias y las opiniones públicas de las naciones para que los de la Alianza del Norte no ejecuten a estos prisioneros; recuérdese que muchos de ellos fueron fusilados cuando cayó Mazar-i-Sharif. Es en ese punto donde los intereses y objetivos de la coalición internacional anti-talibán y anti-terrorista se ponen en juego de verdad.

En esta disyuntiva se plantean muchas preguntas: ¿puede la Alianza del Norte guardar a los prisioneros, detrayendo fuerzas que necesita para atacar en otros sitios y a la posible guerrilla? Lo más probable es que no pueda. Si lo hicieran, además, sería muy grande el riesgo de que los prisioneros se escapasen para seguir luchando o para refugiarse en las células terroristas de sus países.

Si, como parece, la lógica militar impone la necesidad de eliminarlos, cabe preguntarse: ¿está la Alianza en condiciones de resistir el clamor universal contra la matanza? Probablemente no. ¿Quedarían dañadas sus pretensiones de legitimidad para contribuir a la gobernabilidad de Afganistán? Sin duda sí.

Una vía de escape de este aparente callejón sin salida es que la guarda de los prisioneros voluntarios extremistas fuese confiada a las fuerzas de la coalición internacional, que hoy por hoy son las de Estados Unidos y Gran Bretaña. ¿Aceptarían estas fuerzas, compuestas hasta ahora por unidades de élite, un papel tan secundario? Sin duda no, porque también ellas son necesarias para acciones de mayor urgencia militar, como ocurrió con los soldados de Normandía. Así, pues, desde la perspectiva de la guerra en Afganistán lo que a primera vista conviene a las fuerzas de la coalición es la eliminación física de los voluntarios.

Se puede hacer, sin embargo, una segunda consideración. La guerra contra Afganistán es sólo uno de los escenarios de una guerra más amplia, la que se lleva a cabo contra las redes mundiales del terrorismo. Los voluntarios son una cantera inagotable de información: las confesiones de unos pocos pondrían al descubierto las raíces más finas de Al-Qaeda en el mundo. Mantenerlos prisioneros también asegura que no siembren el terror en otros países. Parece, pues, que la coalición internacional debiera tener interés en el control incondicional de los prisioneros, y alternativamente en su exterminio. Esto lo ha expresado el secretario de Defensa Rumsfeld con palabras parecidas. Existe el riesgo de que los cercados en Kunduz sean entregados a las Naciones Unidas. Esta solución la quieren los líderes tribales que sitian Kandahar; así se quitaban el problema de encima, y tomaban la ciudad mediante capitulación. Pero es dudoso que las Naciones Unidas tuvieran el mismo interés que la coalición internacional en guardar y extraer información de los prisioneros. Afortunadamente para la coalición, no existe todavía un mandato de la ONU para formar esa fuerza.

Confiemos en que la lógica de la guerra pequeña no llegue a los extremos, sin que por ello se vea perjudicada la lógica de la grande.

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