De las medidas adelantadas por la ministra de Educación sobre las posibles reformas que deberán ser incluidas en la Ley de Calidad de la enseñanza secundaria es la implantación de una reválida al final del bachillerato la que ha sido más destacada por los medios de comunicación y la más comentada por los políticos.
Sin embargo, a pesar de las declaraciones de Zapatero, no es la reválida lo que más molesta a la izquierda. El propio secretario general del PSOE, cuando todavía era capaz de hablar por sí mismo y no al dictado del fundador del felipismo, ante el anuncio de la supresión de la selectividad declaró que la medida dejaría a España sin el único examen oficial que se hacía y que él no era partidario de hacerlo. Unas declaraciones que se podrían encontrar si se revisan las hemerotecas. Pero es tan fácil movilizar al “colectivo estudiantil” para luchar contra la imposición de nuevos exámenes que no puede ni quiere la oposición perder el que será el mejor reclamo para convocar sus manifestaciones contra la reforma.
Lo que verdaderamente molesta a la izquierda es que el trabajo llevado a cabo por sus pedagogos de forma tan concienzuda pueda ahora no solamente ser emborronado por una serie de medidas que dicen “regresivas” sino, además, cuestionado por toda la sociedad que puede empezar a darse cuenta de las falacias y mentiras que esconden sus tan cacareados deseos de igualdad. Las verdaderas razones de su oposición a la “contrarreforma” de Pilar del Castillo son tan impresentables que no las esgrimen y se agarran a los consabidos tópicos izquierdistas a los que salpican con ciertos toques renovadores.
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