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Alicia Delibes

El velo también divide a la progresía

En la mañana de este último domingo la tertulia que dirige Fernando Delgado estaba más animada que de costumbre. Se discutía sobre el chador y, en contra de lo que suele ocurrir en este programa, se exponían opiniones encontradas sobre la conveniencia de que la escuela aceptara, o no, a las niñas musulmanas con la cabeza cubierta. Una oyente, que se confesaba asidua a estas tertulias, intervino, un tanto despistada, para preguntar a los expertos en progresismo allí reunidos qué debía pensar sobre ese asunto. Con enternecedora ingenuidad preguntó a Monseñor Delgado:”¿qué es lo progresista, dejar a la niña que vaya con chador o, por el contrario, obligarla a que se lo quite?”

La respuesta de Delgado fue de las que hacen época: “No se preocupe usted señora, progresismo es que cada uno pueda expresar libremente lo que piensa”. Así que la buena señora ha colgado el teléfono bastante reconfortada. Piense lo que piense sobre el chador, nadie va a privarla de su carnet de progre.

No corrió la misma suerte un señor que, a continuación, entró en antena y encolerizó a los contertulios al expresar su horror a permitir que las niñas musulmanas fueran a clase con velo ya que “nunca se sabe en qué pueden acabar estas cosas, empiezan así y terminan con la ablación del clítoris”. Tuvo que terciar Fernando Delgado para calmar a su gente: “qué le vamos a hacer, este señor es un intransigente, es de los de Santiago y cierra España”.

Pero, como ese pretendido liberalismo progresista no se siente muy cómodo cuando puede elegir entre diferentes posturas, se ha buscado un argumento que pueda aunar todas sus voces en un frente común, y ese argumento es “la manifiesta injusticia cometida por Carlos Mayor obligando al Instituto a recibir a la niña Fátima con velo mientras ha permitido que las monjas concepcionistas la rechazaran”.

Esta historia del velo, que ha ocupado las páginas de todos los periódicos y las imágenes de todos los telediarios no deja de ser algo más que una anécdota insignificante si se compara con otras situaciones, ya de sobra conocidas, como la de aquel colegio de Málaga donde las niñas musulmanas no hacen gimnasia y donde, además, el director espiritual de la comunidad islámica es aquel célebre imán de Fuengirola que saltó a la fama por escribir un libro en el que enseñaba cómo pegar a las esposas desobedientes sin dejar señales, o la de todos esos colegios en los que es costumbre ofrecer dos menús diferentes a los niños a la hora de comer, uno para cristianos o laicos y otro para musulmanes.

Cuando una simple anécdota se ha convertido en el tema estrella de telediarios y periódicos, y cuando esa anécdota se ha producido en un terreno tan controlado por la izquierda como es la educación de los niños inmigrantes, no nos dejemos despistar, que “algo huele a podrido en Dinamarca”.

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