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Susana Moneo

Ahora, que se cumpla

Las medidas anunciadas por Ruiz Gallardón parecen coherentes. Llegan tarde, pero llegan por fin para intentar remediar la creciente locura insana y antisocial que muchos jóvenes cumplen cada fiesta o fin de semana. Han tenido que pasar muchas cosas, una vez más, para que la Administración se ponga en marcha y cumpla con sus funciones. Está claro que los poderes públicos siguen yendo detrás de las necesidades sociales. En este asunto, el del llamado botellón, el de la borrachera por la borrachera, no se habían atrevido a meter mano hasta que vecinos organizados en agrupaciones han protestado de la misma manera que les molestan a ellos. Saliendo a la calle y dejaron en evidencia a ayuntamientos, policía local y demás organismos encargados de la seguridad y la buena convivencia.

Durante mucho tiempo, las plazas de las ciudades han amanecido inundadas de botellas, plásticos, y todo tipo de suciedad y malos olores. También durante mucho tiempo, los vecinos han llamado a los “municipales” sin que nada se hiciera. Cientos de jóvenes se daban al botellón comprado en la esquina más próxima, donde las tiendas de 24 horas y los establecimientos conocidos como “los de los chinos” vendían licores y alcohol a cualquiera que tuviera dinero en el bolsillo. Años, sin que la autoridad actuase. Para mayor vergüenza de los poderes públicos, decenas de menores eran atendidos por coma etílico por las unidades móviles de urgencias.

Hemos oído cómo algunos adultos, que se llaman defensores de la libertad, sostenían la trasnochada idea de que ser joven implica transgredir en algún momento las normas, convirtiéndose en valedores de una peligrosa y absurda práctica.. Mientras, las salas de los hospitales un viernes o sábado por la noche se llenaban de rostros llorosos y olor a agrio. Pero al fin de semana siguiente todo volvía a lo que ellos llaman normalidad, el botellón, el cuño de su rebeldía, ante unos padres ignorantes, cuando no tolerantes, que resolvían con una reprimenda “la gracia de la niña “que llegó a las 8 de la mañana tambaleante y con el rímel corrido. En sus venas, el fuerte antídoto contra el coma etílico.

La ley antibotellón, o lo que sabemos de ella, pretende atacar el problema desde todos los ámbitos. Además de la prohibición incluye fuertes sanciones económicas a quienes vendan alcohol a menores y, sobre todo, demuestra sentido común. Implica a la familia y a los médicos e intenta la corrección de esas actitudes juveniles con trabajos sociales a modo de multa. Esperemos no volver a oír que se bebe en la calle porque los locales de copas son caros. Precisamente en estos lugares es donde se ha observado un mayor control. Pocos menores, aunque expertos en la falsificación, conseguían pasar el control de carnets. Los ayuntamientos, ávidos por los ingresos, pusieron su empeño en los llamados “garitos” mientras en la calle cada uno se lo montaba como quería.

Un viernes cualquiera, en una conocida zona de copas de Madrid, unos jóvenes, ninguno había cumplido los 18, estaban junto a la entrada de un local, en la acera medio tirados, pasándose el botellón de uno a otro. Enfrente, una pareja de la policía municipal ponía multas a los coches en doble fila. Cuando alguien les increpó por su pasividad ante aquel cuadro juvenil, simplemente contestaron “no es nuestro cometido”. Bien por el señor Gallardón. Pero ahora que se cumpla.

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