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Carlos Semprún Maura

La izquierda rebuzna

“La asamblea general del 20 de junio tiene que ser la de la victoria de los autores militantes, contra los individualistas cascarrabias, la sólida demostración de que los autores no son idiotas infantiles, sino adultos responsables, conscientes de que la organización colectiva de la sociedad sirve a sus intereses financieros, políticos, sociales y culturales” (sintomático que “culturales” venga al final). Con estas palabras, perfectamente soviéticas, se termina la carta convocatoria a la asamblea anual de la Sociedad de Autores y Compositores dramáticos (SACD), creada a mediados del siglo XIX por el aventurero y escritor Beaumarchais para defender los intereses materiales y morales de los autores, frente a la rapacidad de los directores de teatro, editores (incluir a estos en la Sociedad de Autores española constituye una mera herencia del verticalismo sindical falangista), los plagios, etc. Hasta hace poco fue una sociedad tan tolerante como poco partidista, en la que nadie hubiera incluso pensado insultar como “cascarrabias infantiles” a sus colegas, como lo hace el presidente actual, Laurent Heynemann.

Yo ya había notado un cambio con la llegada a la cumbre de los realizadores de televisión, quienes, sin haber escrito una línea, son legalmente considerados como autores y cobran indebidamente sus sueldos y derechos como realizadores y, ¡además!, derechos de autor. Desde hace, por lo menos, 30 años, la televisión francesa es un sólido feudo socialcomunista y algo de ideología se repercutía por los salones de la vieja señora SACD, pero jamás con ese lenguaje de “lucha de clases”. Y es porque la socialburocracia se siente viento en popa, y desarrolla su sectarismo en los más insospechados rincones de la sociedad civil. Enseñé esta maldita carta a amigos franceses y sonrieron. El tono les resulta ridículo, pero es mucho más que eso, es sintomático de la burocratización de los cerebros.

La otra noche, por televisión, Zoé Valdés se enfrentó a Regine Desforges, a propósito de Cuba. Ésta fue una simpática editora que, tras escribir un exitoso plagio de “Lo que el viento se llevó”, se ha convertido en periodista comunista, la más “tardoestalinista” de todos, por lo tanto. A ella, dice, la dejan ir, pasear, hablar y hasta criticar libremente en Cuba. ¡Toma! Valdés no será Hanna Arendt, pero es un buen testigo de la dictadura castrista y no tiene pelos en la lengua.

Le dio un tranquilo varapalo a la Desforges. Pero añadió algo que quiero subrayar, porque demuestra que no soy un paranoico total o, en todo caso, no el único: declaró que la sociedad francesa le recordaba cada vez más a la cubana, que, por ejemplo, se había encontrado con más gente que aplaudía los atentados del 11 de septiembre (6 meses ¡ya!) que con gente que los condenaba. Y otros síntomas inquietantes de sectarismo. “¿Cuáles, cuáles?, quiso saber el entrevistador, Jean-Pierre Elkabash, con su habitual tono de magistrado instructor. Y Zoé Valdés se asustó, no se atrevió a dar ejemplos, a decir que Le Monde le ha puesto en su “lista negra”, que, me imagino, cada vez se le insulta más como “gusana” y cosas por el estilo. Muchas cosas en esta sociedad tan “progre” le traen malos recuerdos de su isla, y se autocensuró. No debió hacerlo, aún se puede hablar, y si nos callamos será cada vez más difícil. Pero en esta ocasión, se rajó.

Sin novedad en el frente de la campaña electoral. Me ha parecido notar que los ladridos se convertían en rebuznos, pero ya hablaremos.


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