Aunque es todavía prematuro saber quién colocó e hizo estallar las bombas que han provocado una verdadera masacre en las calles de Lima se han levantado ya las primeras voces sugiriendo que tras este atentado podría estar el siniestro Vladimiro Montesinos, encerrado desde hace meses en la cárcel de seguridad de El Callao apenas a unos metros de donde se encuentra enchiquerado Abimael Guzmán, alias “presidente Gonzalo”, líder máximo de la organización terrorista “Sendero Luminoso”. Las mismas voces que acusan a Montesinos sugieren que las bombas podrían ser obra de grupos ligados a “Sendero”. Hay quien incluso responsabiliza a otra organización terrorista de ideología “guevarista” el MRTA (Movimiento Revolucionario Tupac Amaru), que hace años asalto la embajada japonesa en Lima “liberada” por el duo Fujimori-Montesinos tras la eliminación de los secuestradores.
Tanto “Sendero” como el MRTA parecían durante el fujimorato oficialmente derrotados o desaparecidos gracias, entre otras cosas, a las brigadas anti-terroristas puestas en marcha por Montesinos, ironías de la historia y de la política peruana. Pero si algo demuestra esta nueva erupción criminal es que la batalla contra el terrorismo no se gana definitivamente nunca y eso lo sabemos bien los españoles que soportamos desde hace más de treinta años la vesania asesina de ETA y sus amigos.
El huido expresidente Alberto Fujimori utilizó la lucha victoriosa contra “Sendero” y el MRTA como argumento para eternizarse en el poder, el segundo era la estabilidad política y la prosperidad económica. Ahora no podría hacerlo, la economía peruana va de mal en peor y, por la trazas, el terrorismo resurge con la brutalidad de siempre. La democracia no es la purga de Benito ni resuelve por arte de magia los grandes problemas de la sociedad contemporánea aunque los racionalice y civilice.
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