Menú
Alberto Míguez

Más preguntas que respuestas

El Convenio de Amistad y Cooperación en materia de Defensa que firmarán próximamente el secretario de Estado, Colin Powell, y el ministro de Exteriores, Josep Piqué, merecería por parte del Gobierno español ciertas aclaraciones a la ciudadanía dado que la profusa, difusa y espesa prosa justificativa que ha dado a conocer nada aclara y mucho confunde. Por ejemplo, cuando se anuncia que los cuerpos de investigación e inteligencia norteamericanos podrán actuar en España, no se explica en qué condiciones se desarrollará esta actuación y si, por elemental reciprocidad, los cuerpos españoles (policiales, de inteligencia y de seguridad) podrán hacer otro tanto en territorio norteamericano. Y si las condiciones que se exigirán a los españoles serán idénticas, semejantes o diferentes de las que se afectarán a los norteamericanos.

Tampoco se explica con claridad por qué se reducen mil personas del personal norteamericanos destinado hasta ahora en las bases de utilización conjunta (definición políticamente inconveniente, aunque no sean otra cosa Rota y Morón) y el carácter de los efectivos reducidos así como las características de quienes los sustituirán. ¿Serán civiles o militares? ¿Qué harán? ¿Dónde estarán? Pero la aclaración principal –que, olvídense, nadie va a ofrecer– es por qué a estas alturas, y con España totalmente integrada en la Alianza Atlántica, tiene que haber en el territorio nacional bases extranjeras aunque el país inquilino sea un aliado y un amigo. A lo largo de los últimos 25 años nadie ha tenido el coraje –ni Suarez, ni Calvo sotelo, ni González y ni mucho menos Aznar– de explicarle a los españoles por qué deben aceptar un doble compromiso militar que, en el caso del Convenio con Estados Unidos, adolece de equilibrio e igualdad y que se parece bastante a un diálogo entre una hormiga y un blindado.

Si Estados Unidos y España son aliados en el seno de la OTAN, por qué han de soldar una alianza reforzada con la potencia mundial o qué necesidad tiene la seguridad española de contar con un padrino tan poderoso como incontrolable y, de vez en cuando, altanero. Salvo que, en efecto, se dé como difunta y putrefacta a la propia OTAN tras el 11-S, algo que, por cierto, resulta, además de verosímil, certero. De todas formas, tranquilos. Nadie responderá a estas modestas preguntas que la ciudadanía se hace en una prueba más de la sumisión y prudencia que caracterizan desde hace muchos años (los gringos salvaron al viejo general con sus bases y sus convenios, no lo olvidemos) las relaciones hispano-norteamericanas.

En Opinión