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Pío Moa

Aprender de Francia

Una masa muy importante de los franceses (el 35%), ha votado a opciones extremistas y más o menos totalitarias, de derecha y de izquierda. La causa de ello es que el país se enfrenta a una serie de problemas que los grandes partidos tradicionales no parecen capaces de abordar en forma adecuada: inmigración, delincuencia, chispazos de separatismo, etc. Y no sólo han demostrado poca capacidad para ello, sino que además sufren el desprestigio de una larga época de corrupción no claramente superada.

No debemos olvidar, por otra parte, las palabras de Josep Pla, hombre sagaz y escéptico, cuando definía a Francia como "una dictadura policíaca permanentemente disimulada con una retórica humanitaria y vacía". Frase intencionadamente exagerada, pero no sin un fondo de verdad. Con todo, una cosa es Le Pen y otra Chirac, y hay distancia entre los trotskistas o comunistas, y Jospin. Notemos, además, la graciosísima ironía política de ver a los socialistas pedir el voto para Chirac, al que a menudo ha tratado poco menos que de fascista, y después de haber sido ellos en buena medida responsables del ascenso de Le Pen.

¿Debe alarmar lo sucedido? En principio no demasiado. Podemos recordar épocas peores, en que el extremismo totalitario del PCF conseguía votaciones muy lucidas y más peligrosas, al no estar divididas entre diversos candidatos. El voto a Le Pen y los trotskistas más bien parece una manifestación de hastío y desprecio a los políticos moderados que una verdadera identificación con los extremistas. Sin embargo, si los moderados siguen afrontando problemas muy reales con simples invocaciones de principios, que ellos mismos convierten, con su actitud, en viejas letanías abstractas, el simple malestar puede ir tomando otros derroteros. En ese sentido cabe interpretar las elecciones como una seria llamada de atención, más que como un cambio de rumbo fundamental.

¿Ocurrirá algo parecido en España? Los problemas aquí son bastante parecidos, pero la clase política ha superado por lo menos los aspectos más escandalosos de la corrupción, da la impresión de empezar a abordar la inmigración, la delincuencia y el terrorismo de modo más efectivo, y no se aprecian líderes extremistas de importancia, si exceptuamos a los nacionalistas vascos. Cabe esperar que vayamos a mejor, y no al peligroso vacío político colmado de retórica y oportunismo que ha dado origen a estas votaciones tan peculiares en el país vecino. Pero la lección francesa debe ser muy tenida en cuenta aquí también.

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