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Carlos Semprún Maura

Guerra y paz

Desde Julio César, muchos historiadores, líderes políticos y hasta filósofos, han considerado las guerras como la columna vertebral de las civilizaciones, la fortaleza de los pueblos, y un factor esencial de progreso. Dejando de lado al mequetrefe criminal de Hitler, para dar un solo ejemplo se puede citar a Carl von Clausewitz, cuyo libro De la guerra (1832) ha inspirado a muchos autores, y no sólo a Lenin. Otros, en cambio, consideran la guerra como la peor de las catástrofes, siendo la paz el bien supremo, y todo se justificaría para salvarla, incluyendo la humillación, la capitulación, la servidumbre. Esta corriente pacifista, tan antigua como la guerrera, se desarrolló en Europa (y en el mundo entero) sobre todo después de la Primera Guerra Mundial. Esto se explica porque para mucha gente esa Gran Guerra fue una gigantesca masacre sin sentido, mientras que la Segunda, que causó, sin embargo, muchas más víctimas y destrucciones (sin hablar de los millones de muertos en los campos nazis y comunistas), se presentó por doquier como una guerra positiva, ya que había destruido el nazismo, el fascismo y el imperialismo japonés, y por lo tanto constituía una histórica victoria de la democracia.

Las cosas son, claro, un poco más complicadas. Si es cierto que entre el Reino Unido, Francia, luego USA, y Alemania y el imperio austro-húngaro no existían las mismas diferencias fundamentales de regímenes políticos que entre los nazis y los aliados, la Primera Guerra Mundial no fue para nada, como tantos dijeron, una “masacre”. En realidad fue algo peor, porque de ella nacieron el totalitarismo comunista, el fascismo y el nazismo. Y la Segunda Guerra Mundial tampoco fue únicamente la victoria de la democracia, ya que la URSS, que nació de la Primera, se extendió a medio mundo gracias a la Segunda y a la ceguera política de los dirigentes occidentales.

Hubo y hay movimientos de un pacifismo radical en el mundo entero, pero sólo diré dos cositas sobre el francés de la entre-deux-guerres (1918/1939). A nivel literario, artístico, filosófico y político tuvo su importancia, más de lo que muchos se creen. El surrealismo, por ejemplo, nació como rechazo a esa monstruosidad tan absoluta de la que era culpable, decían, el capitalismo; como si no hubieran existido las guerras púnicas. Esa corriente, en parte subterránea más en los hogares que en la prensa, fue infinitamente más importante de lo que se creían los políticos y explica la estrepitosa derrota de 1940.

La verdad es que Francia sólo ha conocido derrotas militares desde la guerra perdida contra Prusia (1870/1871). Como siempre, hay que matizar, porque durante la guerra de 1914/1918 los franceses combatieron realmente y la batalla de Verdún, verdadero aquelarre desde el punto de vista de la estrategia militar, demostró, desde luego, los horrores de la guerra, pero también una voluntad férrea de combatir. Pese a todo, sin la intervención de los USA en 1917 es probable que Alemania y el imperio austro-húngaro hubieran ganado. Resumiendo: 1870/1871, derrota; 1914/1918, victoria gracias a los USA; 1939, derrota; guerra de Indochina, derrota; guerra de Argelia, derrota. No pasa nada, un país no existe únicamente gracias a sus victorias o derrotas militares, hay otros criterios. Lo que sí es ridículo, en cambio, es que Francia, en su discurso oficial, como en sus libros de texto, se presente como una potencia militar que siempre ha vencido. La sombra de Napoleón, el cual también fue derrotado pero después de muchas victorias, recubre esta leyenda. En este sentido, uno de los golpes políticos más geniales del general De Gaulle (también autor “guerrero”) es el de haber hecho de la Francia vencida, “petainista” hasta la médula y casi hasta el final, una de las naciones victoriosas de la Segunda Guerra Mundial, con derecho de veto en el Consejo de Seguridad, y todo lo demás.

Nuestra historia española es algo diferente, ya que desde las guerras contra Napoleón, que también tuvieron aspectos de guerra civil, y aparte de la trágica aventura de la Guerra del Rif, sólo nos hemos masacrado entre españoles: las guerras carlistas, la guerra civil (1936/1939). Pues volviendo a Francia, a propósito, precisamente, de nuestra guerra civil, siempre me ha extrañado que nadie explicara por qué fueron tan pocos los franceses voluntarios para combatir en esa contienda, pese al derroche de propagandas adversas. En Francia existían entonces movimientos de extrema derecha mucho más potentes que todo lo que ha podido existir después: los Croix de feu, las Ligues, la Cagoule, la “Acción francesa”, de Charles Maurras, etc, todos ellos odiando –tanto como los comunistas– la democracia parlamentaria, luchando por imponer dictaduras o una monarquía absolutista y nada constitucional (Maurras). A pesar de esto, ninguno fue a España a luchar del lado de Franco con quien compartían, sin embargo, ese odio a la democracia.

Los voluntarios antifranquistas fueron, desde luego, más numerosos, pero tampoco tantos. Podría haber una explicación parcial, que cuando la expreso levanta ampollas y tengo que protegerme contra los insultos, las botellas y las sillas que me tiran, y es el Frente Popular. Aunque pueda parecer contradictorio, la solidaridad entre los Frentes Populares francés y español, a primera vista tan evidente, las más de las veces fue un mito. Resulta, en este caso concreto, que espoleado por un fuerte movimiento de huelgas y ocupación de fábricas, el Gobierno Blum, en 1936, concedió diversas ventajas a los trabajadores: aumentos de salarios, jornada de ocho horas, quince días de vacaciones pagadas por primera vez en su vida, etc. Fue una gigantesca marea humana y popular la que se precipitó a las playas, a la montaña, donde fuera, olvidándose del resto del mundo y... de la guerra de España. No estoy mofándome, cuidado, es lógico que el descubrimiento del mar, pongamos, por familias proletarias produjera alegría, ¡no iba a producirla cuando era la primera vez! Pero, aparte del aspecto de “desmovilización” que tuvo, ha creado hasta hoy, y hoy más que nunca, una ideología de las vacaciones como acto, si no revolucionario, en todo caso muy progresista, que ha llegado a tener aspectos profundamente nauseabundos.

Por eso, cuando llega la guerra de 1939, una mayoría de franceses convencidos por todas las corrientes pacifistas, como por esa nueva filosofía de la existencia que hacía de las vacaciones un valor supremo, consideraron que la guerra era lo peor de todo, peor que la victoria nazi, peor que la ocupación de Francia, lo peor, vaya, y no combatieron y se rindieron en masa. Pero no fueron al mar, ni a la montaña, sino a tétricos campos de prisioneros. En este sentido, yo tengo un recuerdo personal que debe situarse a finales de abril, principios de mayo, de 1940. Un día, aquel pueblo de Saint-Prix, a 17 kilómetros al norte de París, donde vivíamos, fue invadido por soldados extenuados, sucios, famélicos y sin armas –las habían abandonado en cualquier parte–, cuya retahíla era siempre la misma: “¡Huid! ¡Huid! Que están llegando”. Los alemanes, claro. Tardaron más de un mes en llegar, pero llegaron. El Ejército francés ya había desaparecido. Desde entonces, Francia tiene malas relaciones con la guerra. Malas y sobre todo hipócritas. Por ejemplo, durante la Guerra del Golfo. Si Francia participó muy, pero que muy simbólicamente, su ministro de Defensa, Jean Pierre Chevenement, era abiertamente pro iraquí y anti USA y saboteó lo que pudo la minúscula participación militar francesa y luego dimitió. Ni Mitterand, ni su Gobierno le echaron antes de que Francia hiciera el ridículo, sobre todo por miedo a la guerra.

Para muchos Guerra y paz, la mejor novela sin lugar a dudas de Tolstoi, es un alegato contra la guerra, pero la exaltación del heroísmo, del patriotismo, del sacrificio, el propio papel de uno de los protagonistas, el Príncipe Pedro, reacio al principio, pero que termina por alistarse, ponen en tela de juicio esa visión simplista. En conclusión: si no hay guerras “santas”, como proclamaban y proclaman los islamistas, los comunistas y los nazis, hay guerras absolutamente necesarias. Contra ellos, no cabe la menor duda.

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