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Pío Moa

Ahora los conocemos

La mitad de los vecinos de Maruri ha firmado un panfleto en que acusan a quienes han denunciado el acoso contra el párroco de la localidad, de haber “despotricado a destajo, sin miramientos éticos ni periodísticos, sólo políticos y con un solo fin, aunque para ello dejasen a la altura del betún a unos ciudadanos y a un pueblo que ni siquiera conocen”. Allí, afirman “no se ha puesto a nadie en la diana”, y la corporación municipal “ni es nazi ni usa métodos nazis”.

Como es sabido, el párroco de la localidad ha sido atacado por el ayuntamiento nacionalista de Maruri en papeles con membrete oficial enviados al vecindario. ¿Por qué ese ayuntamiento se cree en la necesidad de “informar”, en realidad agitar, a los vecinos contra el cura, utilizando medios y bienes públicos? Porque el cura, aparte de no ser nacionalista, cosa tolerable, se atreve a expresarlo, y eso ya no es soportable para los mandamases, sobre todo en esos pequeños pueblos, donde el cacicato nacionalista se impone por una mezcla de amenaza y adoctrinamiento. Por eso el cura de Maruri, Jaime Larrínaga, sufre un acoso permanente, como otros miles de vascos, aparte de los cientos de miles condenados a no poder hablar con libertad en su vida cotidiana.

El ayuntamiento ha identificado al cura como “nostálgico del franquismo”. Cualquiera puede ser nostálgico de cualquier cosa, y las autoridades no tienen por qué meterse en ello, salvo que esté ligado a algún delito. Y está claro que para la corporación, más bien caterva, municipal, hablar como hace el cura es un delito. Pero como la odiada Constitución le impide, hoy por hoy, encarcelar al réprobo, recurre a la represión indirecta del gangsterismo político. En el conjunto de España, tildar a alguien de nostálgico del franquismo puede ser burla o insulto, pero en las Vascongadas convierte al acusado en objetivo de acciones violentas, Si alguien no podía ignorar tal cosa es precisamente la gentuza que manda en Maruri, ni los firmantes del panfleto.

Amarga ver cómo la mitad de los vecinos del pueblo consideran normal semejante conducta, y, por el contrario, se siente escandalizada de que las víctimas protesten, informen y se defiendan contra tal gansterismo. Esa mitad describe al pueblo como “noble, agradecido, hospitalario, abierto, sincero, limpio y plural”. Eso podrá ser cierto de la otra mitad, pero no de los firmantes, a quienes corresponden más bien los calificativos de “hipócritas, turbios, fanáticos, cerriles, cómplices del abuso y la violencia”. Son la evidencia viva del grado de envilecimiento al que conduce una doctrina como la de Sabino Arana y Arzallus. Quizá no los conocíamos, como ellos mismos dicen. Pero ahora sí.

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