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Alberto Míguez

No hagan olas ni levanten la voz

La ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, está convencida de que las buenas palabras, las frases corteses y los tópicos diplomáticos son la mejor manera de preparar el difícil encuentro que tendrá el próximo lunes a la tarde con el ministro marroquí, Mohamed Benaisa, en Madrid. Tal vez tenga razón o tal vez se equivoque: lo sabremos pronto. En lo que no acierta, desde luego, es en anunciar que esta reunión tiene un objetivo principal, el regreso de los embajadores a Rabat y Madrid.

¿Qué sucederá si, finalmente, ni Arias Salgado ni Baraka vuelven a sus puestos? ¿Por qué proclamar resultados improbables antes de reunirse con su homólogo? ¿Por qué ocultar, por ejemplo, lo que a España le preocupa de verdad, es decir, el escandaloso asunto de la emigración clandestina que sale y se organiza en Marruecos? ¿Por qué no anunciar claramente a la ciudadanía y –de paso también a sus interlocutores marroquíes– que si, como ya advirtieron, sale el tema de la soberanía sobre Ceuta y Melilla, las conversaciones se acaban? ¿O es que, acaso, la ministra está también dispuesta a discutir el contencioso en las conversaciones de Madrid? De ser así, convendría que lo dijera muy clarito, máxime tras el “test” de Perejil y otro “test” más sutil acaso: el proyecto de prospecciones petrolíferas en las aguas territoriales de las dos ciudades y del islote de Alborán, promovido por Marruecos con ayuda de una compañía norteamericana.

Cree la ministra que actuar diplomáticamente consiste en no hacer olas y en no levantar la voz. Y que con el gobierno marroquí lo mejor es intercambiar fórmulas corteses como método seguro de que el Acuerdo de Amistad y Cooperación vigente desde hace más de diez años sirva para algo y funcione cuando la verdad es que ni funcionó nunca ni ha servido para nada en ningún momento. La diplomacia española se presenta a las conversaciones del lunes pidiendo perdón, como hizo días después de la recuperación de Perejil en su viaje a Rabat. Entonces el gobierno marroquí, además de obligarla a dialogar en su terreno y en su territorio (no es lo mismo) no le ahorró a la ministra humillaciones y desplantes. En esas condiciones es muy difícil, por no decir imposible, que salga algo positivo del encuentro.

Mohamed Benaisa no ha perdido oportunidad de zaherir, criticar e incluso agraviar a España y su gobierno en las últimas semanas. Es, seguramente, la forma que la diplomacia marroquí tiene de precalentar el ambiente y acoquinar a sus interlocutores para convertirlos en tiernos corderos, prestos para el “mechui”, es decir, el horno de cocción. La ministra Palacio hace exactamente lo contrario, convencida de que con aspavientos corteses y mohines diplomáticos Marruecos cambiará de modos y moral. Se equivoca, naturalmente pero ¿sirve para algo sugerírselo? Esta señora se empecina y navega entre incongruencias retóricas desde que llegó a la silla que le dejó caliente el inolvidable Piqué. No tiene remedio.

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