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Diana Molineaux

Los dos públicos de Bush

Las declaraciones del ejecutivo norteamericano con respecto al Iraq parecen contradecirse cuando se comparan las posiciones del secretario de Estado Colin Powell con las de su colega en Defensa Donald Rumsfeld, el vicepresidente Cheney y, con mucha frecuencia, las del propio presidente Bush.

Es muy posible que Rumsfeld y Cheney tengan una actitud más dura que Powell, pero también es cierto que el presidente Bush ha de atender a dos audiencias a las que ha de dar mensajes distintos: como presidente de la superpotencia del mundo democrático, tiene que aparecer ante sus ciudadanos y el resto del mundo como un político mesurado y prudente, atento a las leyes internacionales. Sadam Husein, en cambio, tan solo entiende el lenguaje de la fuerza y la mejor forma de impedir una guerra es convencerle de que se le viene encima un ataque peor que el de hace once años.

Es absurdo creer que el presidente norteamericano escoja una guerra si puede resolver pacíficamente el problema de las armas iraquíes de destrucción masiva. Quizá sigue simplemente el principio del Imperio Romano de “prepara la guerra si quieres la paz”: A pesar de las advertencias apocalípticas de Rumsfeld, la capacidad militar de Hussein es hoy menor que durante la Guerra del Golfo Pèrsico, cuando su ejército que había de librar la “madre de todas las batallas” huyó despavorido ante las armas occidentales. Hussein sabe que hoy también le arrasarían a él, algo que tratará de evitar a toda costa si realmente está convencido de que le espera otro ataque.

Bush tiene una audiencia difícil también en las Naciones Unidas, que parecen ablandarse ante la reciente oferta iraquí de permitir nuevas inspecciones y Washington se siente obligado a emplear también una táctica de fuerza y recordar a la ONU el mensaje de Bush de la semana pasada, que el organismo internacional demostrará su inutilidad si no actúa y que Estados Unidos obrará por cuenta propia.

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