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Emilio J. González

Miedo a la deflación

El sorprendente, por lo drástico, recorte de los tipos de interés que la Reserva Federal aprobó el pasado miércoles había suscitado muchas expectativas de que el Banco Central Europeo rebajara también el precio oficial del dinero en unos mercados que desean y vienen descontando desde hace tiempo ese movimiento. Sin embargo, Wim Duisenberg, el jueves, no cedió, cuando el mundo financiero especulaba con un movimiento coordinado entre la Fed, el BCE y el Banco de Inglaterra. Y es que la situación en la zona del euro es muy diferente a la de Estados Unidos.

Los europeos, o más concretamente Alemania y Francia, adolecen de un problema de falta de crecimiento económico porque no han hecho las reformas estructurales que demandan sus aparatos productivos, tanto en términos de liberalización de los mercados, incluido el laboral, como de saneamiento de las cuentas públicas. Son los enfermos de Europa, sus economías están esclerotizadas y no crecen si no es con la ayuda del ‘tirón’ exportador. Por eso, tanto Alemania como Francia reclaman una relajación de la política monetaria a la que Duisenberg, por ahora, se niega porque percibe problemas con una inflación que se resiste a acercarse a ese objetivo del 2% establecido por la autoridad monetaria del euro. Un problema éste iniciado con las bajadas de tipos que siguieron a los atentados del 11-S y alimentado por la subida del precio del petróleo que se agravaría si bajan los tipos.

En Estados Unidos, en cambio, las cosas son muy diferentes. La economía no termina de despegar y los datos macroeconómicos que se van dando a conocer siguen siendo tan contradictorios como en los últimos meses: unos hablan de repunte de la actividad productiva y otros de caída mientras el temor a una recaída en la recesión vuelve a estar presente en el ánimo de los analistas. Pero la decisión de Alan Greenspan de recortar en medio punto el precio oficial del dinero hasta dejarlo en el 1,25% –lo que, con una inflación del 1,5%, supone que los tipos de interés reales son negativos– no viene motivada por la intención de apoyar la reactivación económica mediante la relajación de la política monetaria. Sus motivos, por el contrario, son mucho más preocupantes. Greenspan se enfrenta a algo desconocido para él, esto es, el peligro de que Estados Unidos se vea castigado por la deflación, es decir, la reducción de precios. El problema es muy serio porque una generalización de las bajadas de precios que no sea producto de las ganancias de productividad supone reducir la tasa de beneficio y la facturación de las empresas vendiendo la misma cantidad de productos y afrontando los mismos costes. Las deudas de las empresas, sin embargo, siguen siendo las mismas lo que supone un serio problema para las empresas norteamericanas, muy endeudadas, ya que tendrían que afrontarlas con ingresos menores. Este cóctel explosivo, si no se desactiva, puede terminar con la vida de muchas compañías, con sus secuelas en términos de empleo y de dificultades para un sector financiero ya de por sí muy castigado y en situación muy delicada tras el estallido de la burbuja de las tecnológicas y la crisis de confianza desatada por los escándalos contables.

Greenspan, por ello, ha optado por estimular la inflación a través de la bajada de los tipos de interés. Piensa que, como el consumo y la inversión estadounidenses son muy sensibles a la evolución del precio del dinero, mucho más que en la zona del euro, la relajación de la política monetaria estimulara los gastos, alimentará la demanda y, con ello, conjurará el peligro de deflación. La cuestión es si la decisión del presidente de la Fed es la adecuada porque en Japón hace tiempo que los tipos de interés bajaron al 0% y, sin embargo, la economía sigue en una crisis que dura ya once años y que tuvo como factor desencadenante la explosión de otra burbuja: la inmobiliaria. Por supuesto, la economía norteamericana es muy distinta de la nipona: es mucho más moderna, flexible, innovadora y productiva por lo que en EE.UU. no tiene porqué suceder lo mismo que en el Archipiélago. Pero también es verdad que se corre el riesgo de que Norteamérica caiga en lo que Keynes denominó la ‘trampa de la liquidez’, o sea, que los tipos son tan bajos que nadie solicita créditos porque piensan que, en un plazo razonablemente corto de tiempo, volverán a subir. Y si es así, la decisión de la Fed no servirá para nada y Estados Unidos tendrá que empezar a pensar en otro tipo de políticas económicas para relanzar su actividad productiva. Afortunadamente, ese no es el caso de la zona del euro. ¡Quién iba a decir que, por una vez, la inflación iba a tener algo bueno!

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