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Juan-Mariano de Goyeneche

Feliz Navidad, transistor

El día de Nochebuena de 1947 –se cumplen justo ahora 55 años– la euforia y la expectación se habían adueñado de los pasillos de los Laboratorios Bell de AT&T en Murray Hill, Nueva Jersey.

El grupo de trabajo de William Shockley, con John Bardeen y Walter Brattain como investigadores principales (los vemos juntos aquí, sentado el primero y a la izquierda y derecha, respectivamente, los otros dos) era el responsable de tanto revuelo. Y no es difícil imaginar su excitación: tras dos años y medio de duro trabajo en la investigación de materiales semiconductores, por fin, casi por casualidad, habían conseguido resultados apreciables que ese día estaban mostrando a los grandes jefes.

Sin utilizar tubos de vacío, con base en un mero pedrusco de germanio, habían logrado construir un dispositivo amplificador –el término "transistor" no sería acuñado por John Pierce hasta el 28 de mayo siguiente– un tanto tosco (ver fotografía) pero prometedor. Gracias a Internet, que pone en nuestras manos el cuaderno de notas de Bardeen, podemos tener acceso privilegiado al testimonio que quedó de aquella importante reunión (páginas 1 y 2).

En aquella Nochebuena, ninguno de los invitados a la reunión entendía todavía por qué funcionaba el nuevo invento, y sabemos que eso alteró sus Fiestas (Shockley, por ejemplo, pasó toda la Nochevieja y Año Nuevo en Chicago lucubrando posibles explicaciones).

Sin embargo, ese descubrimiento habría de cambiar el mundo tal y como se conocía hasta entonces. Dispositivos que no necesitaban las elevadas temperaturas de los tubos de vacío, infinitamente más pequeños, que consumían mucho menos y que estaban hechos del mismo material que la arena de la playa (el silicio) llevaron la microelectrónica a los lugares más insospechados.

La labor de estos pioneros fue reconocida entregándosele a los tres el Premio Nobel de Física en 1956 (a Bardeen debió gustarle, porque repitió en 1972).

Y desde aquella lejana fecha, la electrónica ha seguido avanzando a pasos de gigante. Miniaturizaciones cada vez más finas logran que el número de transistores que caben en una superficie dada se duplique cada aproximadamente 18 meses, regla que desde poco después de su formulación en 1965, y cumpliéndose desde entonces, se conoce como Ley de Moore (Gordon E. Moore, cofundador de Intel). Como consecuencia, los microprocesadores, pudiendo incorporar cada vez más transistores (120.000 en el 286, 1.180.000 en el 486, 42 millones en el Pentium 4) son capaces de realizar cálculos más complejos.

Pero esa vitalidad de la microelectrónica puede ser también causa de su fin. Los tamaños de los transistores están ya por debajo de los de algunos virus, y disminuyendo. Y no se puede disminuir indefinidamente porque se llega a un límite físico atómico (1, 2, 3): ni con un solo átomo ni con dos es factible un transistor; se necesitan unos cuantos más.

Estudios de la Semiconductor Industry Association de hace unos años pronosticaban para el año 2005 ese alcance del límite físico. Nuevas tecnologías (se habla de la computación cuántica y biológica, con ADN) tendrán que sustituir a la microelectrónica y cambiar con ello, seguramente, el mundo, tal y como lo hiciera el transistor hace 55 años.

Estamos, pues, en función de lo dicho, de los nuevos retos que plantea cada día Internet y de la incógnita de las comunicaciones móviles, en un momento apasionante que vale la pena seguir de cerca. Nosotros trataremos de no perderlo de vista desde aquí, y dando con estas líneas por felicitado al transistor en su navideño cumpleaños, aprovechamos para desearles a todos ustedes, amigos lectores, unas muy Felices Navidades y Nuevo Año 2003.

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