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Aníbal Romero

El mito de Allende

La izquierda radical ha muerto como proyecto político viable, pero sus mitos están vivos y su capacidad destructiva permanece incólume. La "revolución bolivariana" reivindica la figura del Che Guevara como un romántico e idealista paladín de la justicia, aunque es obvio que se trató de un aventurero desatinado y cruel. En cuanto al despotismo castrista, único ejemplo concreto de la aplicación del marxismo en América Latina, su absoluto fracaso pasa desapercibido para la izquierda internacional.

Combatir los mitos de la izquierda es tan importante como derrotarla políticamente. En tal sentido, debo admitir que una parte significativa de la izquierda venezolana, la más lúcida y menos resentida, eludió la trampa chavista y se ha enfrentado con coraje y dignidad a sus desmanes. Chávez constituye motivo de perplejidad y vergüenza para nuestra intelectualidad de izquierda, y ello se percibe en los constantes malabarismos de ciertos editores y articulistas frente al llamado "proceso". A pesar de que lo rechazan, no acaban de entender su naturaleza real y se empeñan en atribuirle un potencial de racionalidad que no tiene y jamás tendrá.

Entre los mitos de la izquierda se encuentra el de Salvador Allende y su desastrosa experiencia, encaminada a construir un orden socialista dentro del marco institucional de la democracia representativa "burguesa". Algunos intelectuales de izquierda, movidos tal vez por la nostalgia y afectados por la desmemoria, nos pintan hoy día un Allende moderado, una especie de socialdemócrata bien intencionado que erró por su exceso de equilibrio y los extremismos de algunos de sus seguidores. Allende es reivindicado frente a Chávez como encarnación de algo diferente.

Desde luego, en aspectos sustantivos el contraste es desfavorable para el caudillo tropical. Allende era un político de categoría, un hombre de partido con excelente formación ideológica, que procuró rodearse de gente capaz, a diferencia de la banda de forajidos que ahora gobierna en Venezuela. Pero el proyecto socialista de Allende y su Unidad Popular fueron una tragedia para Chile y existen importantes analogías entre esa situación y la que ahora asfixia a Venezuela.

El punto central de coincidencia tiene que ver con la ambigüedad y carácter amenazante del proyecto allendista, enfrentado a los límites que imponía el Estado democrático. Todavía en mayo de 1973, luego de más de dos años de aguda crisis política que había puesto de manifiesto un masivo miedo y oposición a su ambición socialista, Allende hablaba en términos de cambiar la Constitución para darle al aparato estatal "un carácter popular". Al igual que Chávez, pero sin tanto engaño, Allende quiso romper los moldes de la sociedad que le había elegido, pero no fue capaz de retractarse a tiempo y admitir de lleno el rumbo del reformismo. El espejismo revolucionario le empujó a la catástrofe.

Es históricamente equivocado, y políticamente distorsionado, dibujar hoy a Allende como un político democrático "normal", empeñado en la justicia social, respetuoso de la legalidad y la libertad de los individuos. Allende fue un marxista convencido que sembró falsas ilusiones y arrastró a su pueblo a un abismo de sangre.

¿Tenía Allende alternativa? Creo que sí, actuando de forma tal que, sin empeñarse en alcanzar todos sus objetivos marxistas, hubiera podido sobrevivir en el gobierno hasta concluir su período. Para ello habría sido necesario demostrar que la llamada "táctica político-institucional" de conquista del poder —es decir, el ajuste del gobierno a los mecanismos democráticos- no era una mera maniobra destinada a ganar tiempo, fortalecerse y luego alcanzar la "solución estratégica" (hegemonía revolucionaria), sino una genuina adhesión no comprometida por el mito revolucionario. Allende no pudo contenerse y fue fiel a sí mismo. Por eso fracasó y por eso Chávez se hundirá también.

© AIPE

Aníbal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad Simón Bolívar.

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