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José Antonio Zarraluqui

La decimoquinta provincia

Cuando Fidel Castro copó Cuba, que era estrecha, larga y de todos –aunque él la considerara por eso mismo ajena— y empezó a trajinarla, la isla tenía seis provincias. Claro, a él, tan compañero emprendedor en jefe que es, no le parecieron suficientes y determinó hacer algunas más. Y no porque le agregara ni una pulgarada de tierra al perímetro del archipiélago, sino por su gana libérrima. En el Colegio Dolores, en Santiago de Cuba, y en el de Belén, en La Habana, se había familiarizado con una figura histórica que multiplicaba panes y peces y convertía el vino peleón en vino de Rioja y se dijo ah no, yo también sé multiplicar.

De manera que las provincias cubanas de seis pasaron a catorce, con el agregado de un municipio especial. ¿Pero qué tú puedes hacer en una isla que, aunque ya no sea ajena, sino propia, por más que le multipliques las provincias sigue siendo una islita estrecha y larga? No puedes hacer nada o puedes hacer muy poco. Así que Fidel se puso a subvertir el planeta, con el fin de incorporar más terreno.

Obtuvo en ese empeño numerosas derrotas. A los soldados cubanos en la Guerra del Yom Kippur, por ejemplo, que estaban allí peleando del lado sirio, los israelitas los hicieron talco. La correría congolesa del Che terminó con un ¡a correr, liberales del Perico!, y la boliviana, con una tumba innominada para una boina pringosa. En Mozambique, Etiopía y Angola la suerte fue todavía más adversa para los abanderados cubanos del futuro y miles y miles de cubaniches se dejaron el pellejo por aquellos andurriales. En Granada ni digamos, donde los valientes internacionalistas iban a morir hasta el último hombre envueltos en la bandera de la estrella solitaria y hasta el último se rindió sin disparar un tiro, y el jefe, el coronel Tortoló, echó un calcañal que ni el corredor olímpico Juantorena.

De suerte y manera que las cosas progresivamente se le fueron poniendo feas al compañero alucinado en jefe y, algo que nunca nadie pudo prever, hasta la izquierda europea y la intelectualidad mundial le salieron respondonas a la cañenga y aburrida revolución cubana. En esas circunstancias, y cuando todo indicaba que el régimen castrista se desharía en el pantano de su ineficacia y su terror injustificable, resulta que Castro saca de su manga a Venezuela como si de un as de triunfo se tratara y, sonriendo desdeñosamente a todos los jefes de estado decentes del mundo, les dice con descaro:

— ¡Gané!

Y a fe que ganó, está ganando. Se ha metido a Venezuela en el bolsillo.

— Oye, Hugo, la revolución continental está en peligro, el futuro de la humanidad está en peligro. Como no me mandes un poco de petróleo no sé qué va a pasar.

— ¿Cómo? ¿Es Fidel? ¡Grub! Ayer hablé con Germán. ¡Grub!

— Chico, necesito para pasado mañana tres tanqueros de petróleo y otro de refinado. ¡Pero eso es ya!

— Están en camino. Y no tres: ¡seis! Ya Germán lo sabe.

— Pero es que, además, estoy teniendo algunos problemas de numerario. Ya sabrás que esa hipócrita Unión Europea no me quiere fiar más, pero para las operaciones diarias se necesita efectivo. ¿Podrías prestarme, bueno, a mí no, a Cuba, a la revolución cubana, aunque sí te lo garantizo yo, y no con mi firma, que las firmas no valen nada, con mi palabra de revolucionario, dos mil millones de dólares?

— ¡Grub! Germán me había dicho mil millones.

— Pero tú sabes lo perverso que es el imperialismo yanqui y el acoso a que nos tiene sometidos. ¡No perdona que le hayamos hecho una revolución en sus mismas narices!

— ¡Grub! Sí. Bueno. ¡Tres mil millones y ni un centavo más! Fidel, hermano, el pueblo bolivariano se siente orgulloso de contribuir a que la nao capitana continúe surcando el mar de la felicidad, como se lo comenté a Germán hoy por la mañana. Cuatro mil millones y veremos si aparece algo más por ahí. ¡Grub!

— Otra angustia que tengo, Hugo. Ese neoliberalismo maligno que se está imponiendo en el mundo ha hecho que el precio del azúcar se venga abajo…

— ¡Grub! Me lo comentaba Germán la semana pasada. Pero despreocúpate, que ya él y yo convinimos en que toda la chatarra de los centrales que has tenido que desmantelar por culpa de los yanquis te la compro. Y no vamos a discutir por mil millones más o mil millones menos. La quinta república considera un deber ser solidaria con la señera revolución cubana y hará cuanto esté de su parte para impedir que el imperialismo dé al traste con la gloriosa esperanza que viene de allá. Y todos esos desempleados que se te están quedando en la industria azucarera mándamelos. Los empleo a todos y con buen salario. Aprovecharemos su experiencia. Cuba fue, es y seguirá siendo la azucarera del mundo. Germán me lo explicó el otro día.

— Ahora que mencionas a la gente que te estoy mandando, ¿cómo se portan? El personal es de primera, escogido.

— Tú lo has dicho, Fidel, hermano, mi comandante, personal de primera, los supuestos médicos y educadores, los supuestos entrenadores, los supuestos expertos en cultivos hidropónicos, de primera. Ya se lo comenté a Germán…

Fin de la historia: cuando a Fidel le supieron a poco las seis provincias en que estaba dividida Cuba y quiso expandir la isla, la picó en catorce y un municipio especial, sin conseguir con eso otra cosa que multiplicar la burocracia y la ineficiencia. Pero cuando le cayó en el jamo un coronel golpista admirador suyo, malandro y de pocas luces, se puso las botas de verdad y añadió a las catorce empobrecidas provincias cubanas y un municipio especial otra provincia, la decimoquinta, que vale más que un Potosí, que es una mina de oro, de oro negro. Así que honor a quien honor merece. Todos cuantos criticamos aquellos afanes y aquellos desmanes castristas por una expansión imperial hoy no nos queda otro remedio que rendir pleitesía a un titán que ha incorporado a Cuba una decimoquinta provincia varias veces más grande en tamaño, el doble más grande en población y un millón de veces más rica que la isla entera. ¡Viva Fidel!

¡Y viva Chávez!, que se prestó al apaño.

© Firmas Press

José Antonio Zarraluqui es escritor cubano y editor de mesa del diario El nuevo herald, de Miami.

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