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Datos esperanzadores

La muerte de los dos hijos de Sadam Hussein y las declaraciones de uno de sus guardaespaldas al Times londinense nos proporcionan datos interesantes para valorar la gravedad de la situación en Irak. Podemos subrayar tres ideas:

Primera. Sadam y sus hijos continuaron en Bagdad tras la caída de la ciudad. No habían previsto un desmoronamiento tan rápido de las Fuerzas Armadas iraquíes ni de sus unidades de elite, la Guardia Republicana y la Guardia Especial Republicana. Siguiendo prácticas muy conocidas, el dirigente baasista cambió continuamente de domicilio y se mezcló con la población tratando de pasar desapercibido.

Segunda. Sadam no había organizado una guerrilla para resistir contra el invasor, porque confiaba en que la guerra tuviera un resultado bien distinto a la rápida victoria aliada. Sólo algunos días después de la caída de Bagdad dio instrucciones a sus más fieles para que comenzaran los preparativos, aprovechando los vínculos personales y las capacidades militares a disposición de la estructura baasista. La expectativa de un Irak democrático con mayoría chiíta podía aportarle simpatías y apoyos entre la minoría sunita.

Tercera. La inteligencia norteamericana ha dispuesto de topos en el entorno del presidente. La seguridad con la que en distintos momentos del conflicto, durante la campaña militar y después, tanto la CIA como el Pentágono creyeron haberle eliminado, en compañía de sus familiares y leales, sólo podía fundarse en el hecho de disponer de una fuente del máximo nivel. Pocos estaban al corriente del paradero de Sadam, una persona conocida por su profunda desconfianza respecto de todo el mundo y que está en continuo movimiento para evitar poder ser localizado y atacado. En su entorno las bajas se suceden, prueba de la eficacia de la inteligencia norteamericana. La muerte de sus dos hijos le priva de dos leales y no le sobran. La presión continúa y las capturas se irán sucediendo.

Estos datos permiten hacer una lectura más optimista de la realidad en Irak. Los problemas siguen reducidos al ámbito sunita, en el centro del país, y la resistencia, sobre todo aunque no exclusivamente, se compone de restos del baasismo de difícil reintegración. Su eliminación es posible. Si el proceso de reconstrucción sigue adelante y los iraquíes van recuperando la normalidad y comienzan a hacer suyo el proceso de reforma institucional que está en marcha acabarán aislando a estos grupúsculos. Los riesgos continúan siendo muy altos, en especial en lo que concierne a la mayoría chiíta. Se saben vencedores y por ahora están colaborando. La historia y la variedad de formaciones, algunas muy radicales, aconsejan la extrema prudencia y un esfuerzo constante por mantener su confianza en el proceso de reconstrucción.


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