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Un poco de sentido común

A menudo la lógica política nos lleva a aceptar como normal lo que no es sensato. Si cualquier ciudadano medianamente formado se detuviera a pensar en las cosas que se le venden como progreso, o paso adelante hacia un mundo más pacífico, en más de una ocasión reaccionaría con indignación. Pero no tenemos demasiado tiempo para emplear en estos quehaceres y lo políticamente correcto acaba imponiéndose. Veamos dos ejemplos referidos a la crisis israelo-palestina.

La prensa internacional celebra que el gobierno israelí apruebe la liberación de cien presos palestinos, que formaban parte de grupos terroristas aunque sin recaer sobre ellos delitos de sangre. Se nos presenta como un sacrificio necesario para preparar el viaje de Sharon a Washington y como una medida fundamental de la Hoja de Ruta. Sin embargo, ¿es la mejor forma de combatir el terrorismo liberar a los presos que forman parte de estas organizaciones? ¿Nuestra experiencia en la lucha contra esta lacra aconseja medidas como ésa o, por el contrario, una persecución constante? De todos es sabido que el fundamento de la posición israelí en el proceso de paz es la exigencia de que la Autoridad Palestina ponga fin a las actividades terroristas. Hamas o Yihad consideran esta concesión como un éxito y no piensan abandonar su estrategia terrorista para acabar con Israel, por la sencilla razón de que no tienen otra. Más tarde o más temprano Sharon exigirá poner fin a la existencia de estos grupos para hacer nuevas concesiones y entonces Abbas se encontrará un Hamas y una Yihad reforzadas ¿No hubiera sido mejor negociar que estos presos pasaran a cárceles palestinas o internacionales en vez de ponerlos en la calle? ¿No estamos, una vez más, dando a los terroristas estatuto de combatientes?

El muro que el gobierno israelí viene construyendo se ha convertido en uno de los temas básicos del proceso de paz. Se afirma que mina la necesaria confianza entre las partes y en la propia Hoja de Ruta. Dificulta la comunicación entre Israel y los territorios teóricamente administrados por la Autoridad Palestina y es una expresión del talante autoritario de Sharon. Parece olvidarse que el proyecto de construcción del muro fue una idea del Partido Laborista, que pudo imponerlo en el marco del gobierno de coalición en el que Peres y ben Eliezer ocupaban carteras fundamentales. El Likud se opuso por razones obvias. Al separar consagraba un espacio reservado a los palestinos, un futuro estado. El muro resultaba difícilmente compatible con el mantenimiento de los asentamientos judíos en el corazón de los territorios ocupados, por lo que tendrían que ser abandonados. En la perspectiva del Partido Laborista, esta obra no era sólo un instrumento para mejorar la seguridad nacional. Suponía, también, un proceso de paz unilateral y alternativo. En Israel casi nadie confía en que Abbas pueda acabar con los grupos terroristas, incluidos los de su propio partido, y el muro les aporta una agenda de seguridad propia en el caso de que la Hoja de Ruta se estanque ante la falta de decisión, medios o ambas cosas para enfrentarse y destruir a Hamas, Yihad, Frente Popular, Mártires de Al Aqsa y Tanzim. Poner fin al Muro puede crear más confianza, mejorar la situación de aldeas mal comunicada, pero también facilitará la aspiración de los sectores más duros del Likud de mantener los asentamientos, con todo lo que ello implica. Cuando se critica el Muro, ¿se debilita o se fortalece a Sharon?

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