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EDITORIAL

Vencen las letras de Zapatero

Aun a pesar de que las elecciones catalanas están a la vista y de que Maragall, tras el agudo descenso sufrido por el PSC en intención de voto (trasvasado a ERC), necesita un empujón para detener esa caída, Zapatero ha elegido probablemente el peor momento para hilar sutilezas en torno a la cuestión nacional y a la integridad territorial. El peor momento para dar la razón a Maragall en la entelequia de la “España plural”, donde España acaba siendo un mero referente geográfico o una especie de Commonwealth que reuniría a Cataluña, País Vasco y otros “estados libres asociados”; aunque, eso sí, muy diferente a la británica en lo que se refiere a calidad democrática y al respeto a las minorías no nacionalistas. El peor momento, en definitiva, para abrir la caja de pandora de la reforma de la Constitución y de los estatutos de autonomía, precisamente cuando el plante de Ibarretxe al “Estado español” exigiría del PSOE una cerrada defensa del orden constitucional, hombro con hombro al lado del PP.

Pero no hay que olvidar que Maragall figura en primer lugar de la lista de los acreedores que, como muy bien lo expresó José María Aznar en el último Debate sobre el Estado de la Nación, libraron letras a Zapatero a cambio de su apoyo. Hoy, tres años después de proclamarse secretario general del PSOE y después de dilapidar el capital político y las esperanzas de renovación en el PSOE que pusieron en él muchos cuadros y militantes de base, quienes le dieron el último empujón para ser secretario general quieren pasar por caja para cobrar los servicios prestados, quizá conscientes de que, después de marzo, puede que el proyecto de Zapatero haya quebrado definitivamente.

Que el documento socialista sobre el modelo de Estado, a debatir el próximo 5 de septiembre en la comisión ejecutiva del PSOE, haya sido recibido con especial alborozo por ERC, da una idea clara de por dónde soplan los vientos. Los independentistas catalanes –la tercera fuerza política de Cataluña, que tiene la llave del Palau de la Generalitat– exhortan al PSOE a que el documento “no se quede sólo en un gesto” e invitan, por boca de su portavoz parlamentario Josep Huguet, a que el PSOE haga “limpieza interna” en sus “sectores más ultraespañolistas”, citando a Francisco Vázquez y a Nicolás Redondo Terreros.

Dada la desesperación de Zapatero, a quien todo le ha salido mal desde que acabó la guerra de Irak, no sería sorprendente que, dando por perdido el objetivo de La Moncloa –la distancia al PP en intención de voto ronda ya los seis puntos–, procurara amarrar, al precio que sea, las oportunidades de adquirir poder local y autonómico para contentar a los cuadros de su partido y evitar que le “renueven” en el próximo congreso. Aunque probablemente lo más decisivo haya sido la amarga experiencia de Madrid –la llave de La Moncloa, según él–, provocada por el “impago” de la letra que firmó con Balbás y Tamayo, haya hecho recapacitar a Zapatero y conceder a Maragall graciosamente lo que, de cualquier modo, hubiera tomado él mismo.

Zapatero cometió el grave error de creer que, en un partido, basta ser secretario general para tener el mando y el control total. Y que para ser secretario general, basta con prometer mucho a todo el mundo para después olvidarse de ello según convenga. Una vez que consiguió serlo inopinadamente, gracias al apoyo de los balbases y de Maragall, creyó que podía hacer y deshacer a su antojo. La vieja guardia y PRISA se encargaron muy pronto de demostrarle quién mandaba de verdad en el partido. Los balbases no trabajaron por amor al arte, como muestra el culebrón de Madrid. Maragall tampoco, pues ya ha amenazado varias veces con romper el PSOE si no se toman en serio sus necedades asimétricas. Ante la disyuntiva de perder otra comunidad, Cataluña, que, como Madrid, ya daba por ganada, Zapatero ha optado por pagar puntualmente su deuda con Maragall. Otra cosa es lo que piensen los electores del resto de España de un PSOE que da carta de naturaleza a las aspiraciones de Ibarretxe y a los delirios de Maragall. La verdad es que es difícil hacerlo peor de lo que lo ha hecho Zapatero.

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