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Terrorismo palestino y el síndrome de Estocolmo

¿Es Arafat el responsable de la violencia desatada por su segunda intifada y del incremento de los atentados terroristas suicidas contra los ciudadanos de Israel? Al menos por omisión y por querer seguir beneficiándose políticamente de los ataques. Si el líder de la Autoridad Nacional Palestina no jugara con fuego y hubiera condenado taxativamente el terrorismo de los grupos palestinos, en lugar de haberlos albergado calladamente bajo su manto, otra sería la situación hoy en día en Oriente Medio. Pero la realidad es que no lo ha hecho y sigue negándose a hacerlo.
 
Y sin embargo, la comunidad internacional que representan los europeos le siguen viendo como el héroe de una causa por muchos años perdida, casi casi como el único vestigio del romanticismo del 68, de tal forma que en lugar de presionarle seriamente para que abandone de una vez por todas sus fríos cálculos sobre cómo explotar la violencia radical de sus filas, se le mima y se le cuida. Con dinero, a pesar de que todos saben que su gobierno es un universo de corrupción; con visitas, para mostrar la repulsa a la política de aislamiento de Sharon; con esperanzas, como la reunión que esta semana alberga Madrid, de los considerados “embajadores” de la Autoridad Palestina.
 
Con situaciones como ésta, el mensaje que se pretende dar y que se da es que el terrorismo es el resultado de la línea de dureza del gobierno israelí, una falacia que no se sostiene históricamente, pues el terrorismo palestino tiende, de hecho, a acentuarse en los momentos en los que Israel se aviene a negociar un acuerdo de paz. Igualmente, se está asumiendo que el terrorismo palestino y la violencia israelí son moralmente equiparables, cuando no lo son, como no puede ser lo mismo atentar contra cuantos más civiles inocentes se pueda frente a causar muertes de civiles inintencionadamente.
 
Josep Piqué, cuando todavía era Ministro de exteriores y en una visita a Israel, se atrevió a decir lo que muchos piensan: que la violencia terrorista palestina que viven los israelíes cotidianamente es igual a la violencia que los españoles sufrimos de ETA. Y por mor de lo políticamente correcto, tuvo que desdecirse a su vuelta a Madrid. Pero tenía razón. Y eso es lo que ha venido defendiendo el presidente Aznar todo el tiempo, que no se puede hacer distingos entre terrorismos de ningún tipo o calaña. Todos son igualmente inaceptables. Y los palestinos, con su estrategia de terrorismo suicida indiscriminado, no son luchadores por la libertad, sino terroristas pura y llanamente. España no se debería haber prestado a auspiciar esta reunión de falsos embajadores palestinos y, de hecho, debería iniciar su recuperación y superar de una vez por todas la vieja y rancia retórica de nuestros tradicionales lazos con el mundo árabe de Franco, heredada tanto por la izquierda como por la derecha y el centro. Esos lazos tradicionales se forjaron porque bajo Franco no podía haber otros. Lo que hemos heredado no es una relación privilegiada, sino un auténtico síndrome de Estocolmo.

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