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La batalla de Nayaf

Dañar gravemente el templo podría suponer un costo político desproporcionado. Y si los causantes del deterioro fueran los propios guerrilleros, la diferencia no sería apreciable.

Mientras se desarrollan, las batallas son prácticamente ininteligibles. Lo decía en su ancianidad un bravo que de muchachito había participado en el aplastamiento del séptimo de caballería de Custer en Little Big Rock: "Muchos que no estuvieron allí escribieron libros sobre ello, yo estuve y sólo recuerdo una gran nube de polvo". Clausewitziano.
 
La segunda edición desde el pasado abril del levantamiento de los radicales chiíes de al Sadr y su ejército del Mahdi en Nayaf y otras ciudades del Sur de Irak ha creado una tormenta de polvo informativo que reduce la visibilidad a casi cero. Son muchos los actores que participan y muy numerosas las señales contradictorias que emiten. No se trata sólo de los milicianos de al Sadr por un lado y los marines americanos por el otro. Uno de los factores que complican enormemente la situación es que el letal juego es a muchas bandas. Para el gobierno interino de Bagdad se trata de una cuestión de supervivencia y sus fuerzas, todavía en mantillas, han sido también lanzadas a la vorágine, pero al mismo tiempo la empresa ha mostrado las fisuras en el interior de una coalición tan heterogénea. El alzamiento conmociona a todo el campo chií, sumamente complejo, y obliga a las múltiples facciones a revisar su posición.
 
Actor invisible pero primordial es Teherán, como en todo lo que concierne a sus correligionarios del Sur. Y los ayatolás toman parte con todas sus bazas en un juego vital para ellos, incluyendo, y muy en primer plano, el espectro de su programa nuclear. No olvidemos que casi todo lo que se ha podido ir sabiendo del mismo es porque el régimen islámico ha querido que se supiera. Y en los últimos meses ha sido bastante. En esta misma semana, algo íntimamente relacionado: La prueba de un misil Shahab-III, que podría ser capaz de portar una cabeza nuclear, el cual, con su radio de más de 1000 km, tiene a Israel a su merced.
 
Sorprendentemente Israel, el país más preocupado del mundo por lo nuclear persa, que en diversas ocasiones ha insinuado su disposición a repetir su hazaña de 1981, destruyendo una central nuclear irakí antes de que entrase en funcionamiento, dice sentirse satisfecho con las insatisfactorias explicaciones que los iraníes dan de sus designios atómicos.
 
Mientras que los Estados Unidos, que tratan de contener a los israelíes para que no les compliquen todavía más las cosas en el Oriente Medio, manifiestan públicamente, por boca de su Consejera Nacional de Seguridad Condolezza Rice, que no descartan acciones encubiertas contra instalaciones iraníes, para desbaratar sus programas nucleares. Se tiende una mano al tiempo que se enseñan los dientes.
 
Sobre el terreno, las contradicciones e incógnitas son también abundantes. Empezando porque no está claro quién y porqué inició la nueva ronda de enfrentamientos a partir del 2 de agosto, con un choque, no se sabe si intencionado o casual, entre marines y milicianos de al Sadr, en las inmediaciones de su casa en Nayaf. Se sintiese amenazado o considerase la ocasión propicia, el clérigo radical lanzó a su gente contra la comisaría de la ciudad santa tres días después, rompiendo la tregua que se mantenía desde el 16 de Junio. Desde entonces no han dejado de sucederse asaltos americano-gubernamentales contra las fuerzas del ejército del Mahdi.
 
Militarmente, esos milicianos tan fanáticos y entregados como inexpertos no son enemigo para los americanos, que en abril y mayo les infligieron un duro castigo. El problema es que la lucha se lleva a cabo con dos poderosos tabúes, que juegan a favor de los insurgentes. La mezquita del imán Alí, el más venerado santuario de todo el mundo chií, y el propio al Sadr.
 
Ya combatir en la ciudad santa de Nayaf tiene repercusiones muy negativas para los americanos, dentro y fuera del país. Dañar gravemente el templo podría suponer un costo político desproporcionado. Y si los causantes del deterioro fueran los propios guerrilleros, la diferencia no sería apreciable.
 
A Móqtada el Sadr Washington lo ha tratado siempre con bastantes miramientos, dentro de la rudeza de la situación. No sólo porque es muy consciente de que crear un mártir sería un remedio peor que la enfermedad, sino por que le ha sido útil para sus fines en diversos momentos, como, por lo demás, lo ha sido para todo el mundo: Teherán, el líder moral de los chiíes de Irak, gran ayatolá al Sistani y otras facciones del campo chií. Todos lo temen porque no es una fuerza controlable y sólo se sirve a sí mismo, pero todos han tratado en algún momento de utilizarlo.
 
Ahora el intricado juego se ha reanudado y junto a las ventajas señaladas el energuménico clérigo cuenta con que un empate es para él una victoria y por tanto para el bando americano-gubernamental una derrota. Sus incendiarias proclamas de luchar hasta la última gota de sangre son sucedidas por efímeros intentos de negociación que, si bien hace fracasar en cuestión de horas, no es menos cierto que comienza aceptando. Política y fuerza están entreveradas en la tragedia iraquí.

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