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Alberto Míguez

En defensa del sobrino

Hay un problema difícil de resolver: tal y como está configurado el régimen marroquí, su Constitución y sus tradiciones, la modernización es difícil, en algunos aspectos casi imposible

El generoso apoyo que el rey de España ofreció a su “sobrino”, Mohamed VI en la sesión solemne del Parlamento marroquí donde intervino podría interpretarse –y de hecho así ha sido– como un gesto de buena voluntad, simpatía y solidaridad con el “gran cambio”, como califican los medios de prensa próximos al palacio de Rabat, puesto en marcha por el joven rey desde que sucedió a su padre, Hassan II.
 
Pero tiene otra interpretación también verosímil: para España un Marruecos estable, alejado de la amenaza integrista e insertado en Occidente constituye una prioridad como lo es también para Francia y Estados Unidos.
 
Se ha repetido hasta la saciedad que cualquier sacudida política en Marruecos tendría repercusión inmediata en España. Y qué decir de cualquier incidencia económica. Basta que un año no llueva suficientemente y el país se zambulla en la crisis social –como sucedió el año pasado– para que el estrecho de Gibraltar y el canal Sahara-Canarias se llenen de “pateras”.
 
La presencia en España de casi un millón de marroquíes, legales o ilegales, tampoco es moco de pavo.
 
Pero el interés de España por la estabilidad del reino cherifiano no debería cegar a nuestros dirigentes. Es mal método apoyar al Sultán en todos sus proyectos, indiscriminadamente, sobre todo en aquellos que tienen repercusiones vigorosas en nuestra política exterior, como es el caso del Sahara occidental.
 
A lo largo de treinta años España ha ido elaborando una política hacia el Sahara basada en las resoluciones de Naciones Unidas y en el principio de que el proceso de descolonización no habrá concluido hasta que no se produzca un referéndum de autodeterminación, algo a lo que Marruecos se opone claramente. Mohamed VI acaba de repetirlo, negro sobre blanco delante de sus huéspedes españoles de modo que ahí no cabe la más mínima ambigüedad.
 
El Gobierno español se ha empantanado en la cuestión sahariana y no sabe cómo salir, entre otras razones porque después de hinchar pecho diciendo que había encontrado el método para resolverlo ha terminado por admitir que tal método ni existe ni puede aplicarse por ahora. Esta evidencia debería servir de lección a Zapatero y Moratinos en el supuesto caso de que estén dispuestos a rectificar en algo y sobre algo, poco probable.
 
El proceso modernizador impulsado por Mohamed VI es, como todo, polémico y ha experimentado avances y retrocesos. Hay un problema difícil de resolver: tal y como está configurado el régimen marroquí, su Constitución y sus tradiciones, la modernización es difícil, en algunos aspectos casi imposible. Apoyar al joven rey en sus proyectos es, desde luego, simpático pero a veces resulta también un tanto arriesgado. ¿Se acuerdan ustedes del Sha de Persia y de Carter? Pues eso.

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