A comienzos de los años 50, en plena Guerra Fría, la única fórmula que Francia encontró para reintegrar la Alemania de posguerra en el sistema occidental fue la de disolver las fuerzas armadas germanas en un proyecto común europeo, la Comunidad Europea de Defensa (CED). Tras intensos y largos debates, los alemanes aceptaron ese destino y cuando todo parecía que se encaminaba hacia la creación de un ejército europeo, integrado esencialmente por franceses y alemanes, los parlamentarios galos se dieron cuenta de que no sólo Alemania quedaría diluida en el proyecto europeo, sino que sus ejércitos también perderían su carácter nacional francés. El resultado fue que la Asamblea Nacional francesa rechazó el plan que su propio país había auspiciado por el temor de no defender suficientemente el carácter patrio y la identidad nacional.
Hoy Francia se encuentra ante un dilema parecido a la hora de votar a favor o en contra del texto de constitución europea. Tras haberlo abanderado, casi parido en sus términos finales, puede muy bien que la población lo rechace mayoritariamente. Es posible argumentar que un no a la constitución europea sería, en realidad, un rechazo al presidente Chirac, pero eso no alteraría el resultado.
Ahora bien, lo contrario, un respaldo mayoritario al Sí en el referéndum tampoco significa automáticamente un apoyo al texto constitucional. Cuando se observa la campaña a favor del sí en el país vecino, se constata que lo que se anima es el voto del miedo. El miedo a quedarse aislados y al margen del proceso de construcción europeo que ellos, los franceses, precisamente siempre han considerado un elemento estratégico para su papel en Europa y el mundo.