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Ignacio Cosidó

Homenaje a los caídos

La muerte de estos soldados debe servir también para que valoremos en su justa medida la impagable tarea que día tras día desempeñan nuestras Fuerzas Armadas.

No es fácil encontrar las palabras adecuadas para enfrentarse a la tragedia. 17 militares españoles han dado su vida en Afganistán en el cumplimiento de su deber. Lo han hecho en defensa del principio más valioso que define al ser humano: su libertad. Lo han hecho al servicio de su Patria y para garantizar la seguridad de la sociedad a la que pertenecen. Lo han hecho con una generosidad extrema por ayudar a aquellos que más nos necesitan para recuperar la paz y su dignidad. Por todo ello, es importante mostrar nuestro orgullo de compatriotas, nuestro agradecimiento de ciudadanos y nuestro afecto y cariño a ellos y a sus familias.  
 
La muerte de estos soldados debe servir también para que valoremos en su justa medida la impagable tarea que día tras día desempeñan nuestras Fuerzas Armadas. Por razones históricas que no vienen al caso, la sociedad española no ha sabido siempre reconocer el papel esencial que los ejércitos deben tener en un estado democrático. Ellos no sólo son la garantía última de nuestra seguridad, sino que constituyen también un símbolo esencial de unión de todos los españoles.
 
En los últimos años, las Fuerzas Armadas se han convertido a su vez en un instrumento privilegiado para nuestra proyección exterior. Miles de soldados españoles desempeñan misiones de paz en los lugares más recónditos del planeta, desde Haití al propio Afganistán. Están en esas zonas de conflicto no sólo movidos por un espíritu humanitario, como tanto le gusta recordar al Gobierno, sino porque su presencia, a veces a miles de kilómetros, resulta esencial para garantizar la seguridad en nuestro propio territorio. Ese fue el caso en los Balcanes, posteriormente en Irak o ahora en suelo afgano.
 
Más allá de las imprescindibles ceremonias oficiales y de las numerosas palabras de condolencia, valorar el importante papel que tienen nuestros ejércitos es probablemente el mejor homenaje que podamos rendir a nuestros militares caídos. El dolor provocado por su pérdida debería servir para unir en mayor medida a todos los españoles de bien en torno a la gran familia militar.
 
Un segundo reconocimiento que me parece imprescindible es comprender que su presencia en Afganistán resulta trascendente para nuestra seguridad. Su vocación militar era la de poner sus armas al servicio de la defensa de sus compatriotas y de los principios que compartimos con nuestros aliados. Se encontraban en Afganistán encuadrados en una operación de la OTAN que tiene como misión facilitar la transición a la democracia de este martirizado país. Su presencia allí es fundamental en la lucha que todos los países libres estamos librando contra aquellos que quieren destruir nuestras democracias, nuestras sociedades y nuestros valores más esenciales.
 
Es difícil justificar la muerte de nuestros soldados si no entendemos la naturaleza del conflicto al que nos enfrentamos. Nuestro país ha sufrido en su propio territorio el espanto del terrorismo con el que el enemigo pretende destruirnos. Es muy posible que Afganistán no sea el último escenario en el que nuestros ejércitos deban actuar en el marco de ese conflicto y, por desgracia, es muy probable también que estos 17 soldados no sean los últimos caídos en el devenir de esta lucha global por la democracia y contra el terror. Ello requiere que asumamos y valoremos el riesgo al que sometemos a nuestras tropas cada vez que las enviamos a este tipo de misiones.
 
Una última lección que debemos extraer del sacrificio de estos soldados es la necesidad de dotar a nuestros ejércitos de los medios necesarios para poder hacer frente con eficacia y la máxima seguridad posible a estas nuevas misiones. Los gobiernos son a veces más generosos ofreciendo nuestra participación en este tipo de operaciones multinacionales que dotando a nuestras Fuerzas Armadas de los presupuestos adecuados. La desproporción entre el potencial económico de nuestro país, su creciente proyección internacional y el raquitismo crónico de nuestros gastos militares es algo que se termina pagando de un modo u otro.
 
El Gobierno debe despejar cuanto antes las dudas que se ciernen aún sobre este suceso y el Parlamento debe depurar las responsabilidades que  se puedan derivar de posibles imprevisiones o errores. Pero aún es el momento para expresar unidos nuestro homenaje a los caídos y al conjunto de nuestros militares. Es también la hora para mostrar nuestra determinación para seguir luchando por nuestra seguridad y por los principios en los que creemos.
 
Ignacio Cosidó es senador del PP.
 

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