Pablo Molina
Ana y los 17
Lo más conmovedor del comunismo europeo es su extraordinaria capacidad de sufrimiento, sólo equiparable a su destreza en materia de lactancia presupuestaria, de todo lo cual, la concejala bolivariana de Córdoba es el claro paradigma
Lo más conmovedor del comunismo europeo es su extraordinaria capacidad de sufrimiento, sólo equiparable a su destreza en materia de lactancia presupuestaria, de todo lo cual, la concejala bolivariana de Córdoba es el claro paradigma. Ana Morales, preferiría con toda seguridad trasladar su residencia a Cuba, en donde podría degustar a diario las mieles del socialismo real, sin embargo insiste en permanecer en el occidente europeo, sufriendo los rigores del sistema capitalista y maquinando incesantes estrategias para luchar contra él «desde dentro». Su pericia en el ordeño de la ubre municipal es tan primorosa, que hasta es capaz de conseguir la financiación «gratis total» de los gastos del séquito de camaradas que le han acompañado en el último «viaje de estado», al que se ha visto obligada dado su permanente compromiso ético con el socialismo del Siglo XXI.
La recia personalidad política de la concejala marxista comenzó a forjarse en la disciplina doctrinal de las Juventudes Obreras Cristianas, de donde pasó con toda naturalidad a las estructuras del PCE, faltaría más, hasta convertirse en la cabeza visible de las Juventudes Comunistas. Pero su salto a la fama mediática ocurrió en 2002, cuando en plena diarrea legislativa, la Junta de Andalucía decidió prohibir la venta de alcohol a partir de las diez de la noche. Ana Morales se convirtió entonces en la abanderada del derecho de los jóvenes a coger su cogorza reglamentaria en la vía pública. De hecho, fue la precursora del «botellón reivindicativo», gracias a su idea de convocar a todos los jóvenes cordobeses al consumo etílico masivo en la plaza de La Corredera, al grito de «contra el recorte de libertades, tomemos la calle» y a la generosidad del partido, que proporcionó la infraestructura y, naturalmente, varios hectolitros de ron (cubano, of course). Aquello no acabó de cuajar en un éxito, pues por más voluntad que se pusiera, era difícil no ver en el acto una apelación directa a favor del alcoholismo. Las cosas no hicieron más que agravarse cuando años después, siendo ya concejala, invitó a los residentes afectados por la jarana nocturna del botellón a liar el petate y trasladarse a otras zonas, para no molestar a los jóvenes que, como ella, gustaban de practicar esa sana actividad en los jardines y la vía pública cordobeses.
Despojada de toda responsabilidad relacionada con el binomio juventud-alcohol, la concejala Morales ha centrado sus esfuerzos en estrechar lazos con los revolucionarios hispanoamericanos, pues esa parece ser la máxima preocupación de los ciudadanos cordobeses, que le pagan su generoso sueldo. Su último viaje a la zona ha sido, en este sentido, altamente provechoso, pues además de comprobar in situ las bondades de la revolución bolivariana, ha tenido la oportunidad de asistir a una clase magistral de Historia de España a cargo del lisensiado Chávez, gracias a lo cual ha descubierto que Ceuta y Melilla son enclaves okupados que es necesario «devolver» al sultán marroquí.
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