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Síntomas y efectos

a quien no va a dañar es a Bush, que no se va a volver a presentar a unas elecciones.

A menudo un debate público nos enseña muy poco sobre el objeto de discusión, pero mucho sobre otros aspectos. Es el caso de los efectos producidos en Estados Unidos por el huracán Katrina y la respuesta dada por la Administración. Parece a todas luces evidente que el Presidente Bush no ha estado a la altura de lo que se esperaba. Tan cierto es que él mismo lo ha reconocido y ha asumido toda la responsabilidad. Sin embargo, lo interesante es analizar cómo la prensa norteamericana, mayoritariamente prodemócrata, ha utilizado el tema. Cansada de criticar y sólo conseguir un mayor peso de los republicanos ha visto la luz con la insuficiente y descoordinada reacción gubernamental y ha convertido el tema en el campo de batalla donde golpear, hasta dejar K.O., a la mayoría conservadora. En Europa, y particularmente en España, la reacción pasa del oportunismo político al comportamiento patológico. Con un indisimulado rencor ¡qué inolvidable editorial de El País! han descargado contra Bush todo su desprecio, haciéndole responsable de lo que sólo la ignorancia puede imaginar.
 
Unos y otros medios de comunicación son responsables de un fenómeno que ya es histórico y que tiene visos de enriquecerse en los próximos años: dar una imagen de lo que ocurre en Estados Unidos que hace imposible comprender por qué cuando sus ciudadanos son convocados a votar los republicanos ganan más y más posiciones, sin respetar siquiera al mismísimo Gabilondo. Por estos pagos, cuando la realidad no casa con la “información” es evidente que la responsabilidad recae en la primera. Es culpa de los norteamericanos no entender que debían votar demócrata, es resultado de su fundamentalismo religioso, de su tendencia a la violencia, de su liberalismo egoísta... lo que en Europa supone alimentar la ya crónica patología del antinorteamericanismo.
 
En Estados Unidos los demócratas empiezan a sentir los efectos de la resaca. Bush ha asumido las críticas y se ha sumado a los que piden una comisión de investigación. La comisión tendrá que estudiar por qué la Agencia especializada, la FEMA, no actuó correctamente y si los medios de que disponía eran los necesarios. De nuevo reviviremos el debate en el que la Cámara de Representantes recortó drásticamente los presupuestos solicitados y no está nada claro que los demócratas salgan bien parados. Tampoco lo está que las autoridades de la Luisiana, demócratas, aprueben el examen.
 
La vieja, sabia y altiva Europa parece, una vez más, desconocer los mecanismos institucionales de la Constitución norteamericana. El poder federal no puede actuar mientras la competencia resida en el estado. Es el gobierno de cada estado quien, en primera instancia, tiene que tomar decisiones y es donde los ciudadanos empezarán a demandar responsabilidades. La respuesta a los efectos del huracán no era un asunto exclusivo de Bush y, de hecho, las encuestan dejan bien claro que los ciudadanos así lo interpretan. Tampoco quiere entender que el que un grupo de políticos de color critique al gobierno federal no los convierte en representantes del sentir nacional y que, por el contrario, pueden estar provocando, una vez más, una reacción en su contra del resto de la población, cansada de sus lamentos y de su disposición a vivir a costa de los demás.
 
En Estados Unidos ha fallado el conjunto de los mecanismos institucionales y es muy pronto para saber cómo afectará al equilibrio político. El Financial Times, nada sospechoso de simpatías republicanas, especulaba con la posibilidad de que los demócratas perdieran su hegemonía en la Luisiana, uno de sus escasos enclaves en el sur. A nadie le extrañaría, salvo a la prensa europea. Desde luego a quien no va a dañar es a Bush, que no se va a volver a presentar a unas elecciones.
 
Los norteamericanos tienen razones para pensar que los esfuerzos realizados estos años para establecer un sistema capaz de gestionar eficazmente situaciones críticas, resultado de hecatombes naturales o actos terroristas, no han sido suficientes y que queda todavía mucho trabajo por hacer. En los años próximos las labores de reconstrucción van a exigir grandes recursos y mucha atención a costa de otras políticas. Muy probablemente Estados Unidos se vuelque más sobre sí misma, abandonando en parte la política exterior. Corea del Norte e Irán pueden sentirse aliviadas. No así Siria, candidata más que nunca a sentir el peso de su influencia. Mucho más débil, arrinconada por Naciones Unidas en el caso Hariri y denunciada por el Gobierno iraquí ante su falta de interés en controlar a las fuerzas “insurgentes” que cruzan impunemente su frontera, puede atraer sobre sí el grueso de una disminuida acción norteamericana.

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