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Ni sí ni no, sino todo lo contrario

Los responsables de Hamas juegan una partida en el largo plazo, que pasa por radicalizar la relación con Israel, para impedir cualquier proceso de paz y convencer a la población de que no es posible un entendimiento con sus vecinos.

Si el proceso político palestino parecía difícil de desenredar los islamistas han dado un par de vueltas de tuerca para equiparlo en su lógica con un diálogo propio de Groucho Marx.

Hace unos meses decíamos que el presidente palestino no era un interlocutor aceptable, porque no era capaz o no quería afrontar el desarme de los distintos grupos terroristas, empezando por los propios. De ahí pasamos a que el mismo presidente, Mahmud Abbas, carecía del apoyo del Parlamento y de su propio Gobierno, controlados ambos por los islamistas de Hamas, que negaban el derecho de Israel a existir. Ese discurso ya no es suficiente porque nuevos acontecimientos lo complican.

De una parte, Hamas ha aceptado un documento de la Liga Árabe que reconoce el derecho a existir de Israel y que propone la creación de dos estados al oeste del Jordán. Con esta aceptación indirecta trata de salir del atolladero en el que se encuentra, sin buena parte de la ayuda económica occidental. Lograron el poder antes de tiempo, pues no esperaban que Fatah lo perdiera tan pronto, y se encontraron con una posición europea más firme de lo que cabía esperar. Pero, de otra, ha reiniciado las acciones violentas y ha secuestrado a un cabo del ejército israelí, dando así garantías a los suyos de la firmeza de sus posiciones.

Este comportamiento esquizofrénico se explica por una supuesta diferencia de criterio entre los responsables políticos de Hamas, que representarían el ala moderada, y los "militares", que desde sus cuarteles en Damasco y Gaza representarían el sector más radical . Sin embargo, este argumento ha sido desechado por dirigentes de Hamas, que incluso niegan la existencia de un aparato político diferenciado de otro militar.

La situación se complica, pero el argumento es tan viejo como conocido. Estamos reviviendo los años de la II Intifida, cuando Yaser Arafat se besaba con quien se dejara, reconocía el derecho a existir de Israel, viajaba a Washington, a Camp David o a donde hiciera falta para acabar repitiendo que él no estaba dispuesto a desarmar las organizaciones terroristas, incluidas las propias, por que eso supondría el inicio de una guerra civil palestina. Primero debían llegar las concesiones israelíes y luego ya se vería.

Ante una situación de apuro Hamas está dispuesta a hacer algunas concesiones retóricas, las necesarias para lograr que se reanude la ayuda internacional, pero dará también los pasos oportunos para hacer imposible la reapertura del proceso de paz, porque ese no es su guión. Cuantos más papeles haya que firmar, más violencia desencadenarán para dejar claro cuál es su objetivo final.

Hamas es algo más que la versión palestina de los Hermanos Musulmanes. En esta organización Irán está ensayando su convergencia, desde una posición de liderazgo, con el islamismo sunita. Primero crearon Hizbolah, en el marco de la guerra civil libanesa. Eran milicias chiítas amparadas por una potencia del mismo signo. Se especializaron en la lucha contra las fuerzas israelíes y se fue transformando en una multinacional radical, responsable de medios de comunicación, redes políticas presentes en todo el mundo y, desde luego, una eficaz organización terrorista. Hizbolah ha formado, entrenado y armado a las milicias al-Qasam, el brazo armado de Hamas. Cuando la construcción de la valla dificultó la infiltración de suicidas, les ayudaron a desarrollar la fabricación de pequeños cohetes, también denominados al-Qasam, para poder seguir golpeando objetivos civiles israelíes.

Que el árbol no nos impida ver el bosque. Tanto los ayatolás iraníes como los responsables de Hamas juegan una partida en el largo plazo, que pasa por radicalizar la relación con Israel, para impedir cualquier proceso de paz y convencer a la población de que no es posible un entendimiento con sus vecinos; desestabilizar Jordania y Egipto; y, como colofón, poner fin a la existencia de Israel, un estado legítimo y una democracia excepcional en una parte del planeta caracterizada por la corrupción, la arbitrariedad y el autoritarismo. La firmeza está dando sus frutos y debe mantenerse mientras continúen las acciones terroristas.

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