A pesar de que la tiranía no informa del número de muertos, miles de cubanos han enfermado de dengue hemorrágico. La peste se extiende por la Isla casi tan rápido como la certeza de que Castro no se ha sometido a una dieta de adelgazamiento. Ya nadie duda de que el Monstruo de Birán arrojó para siempre una toalla empapada en sangre ajena.
La reina madre no se presentó en la cumbre de los que con gusto vestirían la misma camiseta que no hace mucho lució Iñaki Bilbao en la Audiencia Nacional. Gran parte de los tiranos que se reunieron en La Habana lograron ser como el "Che", el ídolo del etarra que no por casualidad escogió una camiseta en la que se podía ver una fotografía del extranjero que, junto al nuevo coma-andante, más cubanos asesinó y que hoy, lejos de intentar que se olviden sus crímenes, intenta que no olvidemos lo que en ningún caso podríamos olvidar.
Y es que para sorpresas de algunos que se tienen por brillantes analistas de la nada y que esperaban que el nuevo renunciaría poco a poco a lo viejo, Raúl Castro ha nombrado ministro a Ramiro Valdés, responsable de gran parte de los crímenes de un régimen que le sirvió para enriquecerse casi tanto como se enriqueció el asesino en serie que ya no se atreve a mostrarse en público. Raúl no mira hacia el futuro. Se enroca en el pasado. Tal vez eso explique que se hayan multiplicado el número y el volumen de las valijas diplomáticas que desde La Habana llegan a Madrid.
Nadie ha de sorprenderse. Ramiro Valdés y Raúl Castro son expertos en blanquear dinero manchado de sangre. Se conformarán con salvar los muebles y con poner a buen recaudo un buen trozo de una herencia que sólo podrá heredar quién esté dispuesto a financiarla. Todas las decisiones importantes las dejarán en manos de Hugo Chávez. Lo que no sabemos es hasta cuándo podrá el líder de "Aló Presidente" administrar lo que no es suyo. Estados Unidos se ha comprometido a no tolerar que terceros países enreden más de la cuenta a 90 millas de La Florida.
