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EDITORIAL

Los libros son una mercancía

Por descontado que los libros son una mercancía. Gracias a ello su producción se ha ido haciendo más libre y ha ido ocupando huecos en las librerías de capas más amplias de la población.

Si algo caracteriza al pensamiento de izquierdas es el interés por la cultura. Por controlarla, esto es. El Gobierno, instalado en el radicalismo desde la izquierda, se lo ha tomado en serio y está poniendo en marcha una serie de normas encaminadas a hacer de la cultura un títere del que él maneja los hilos. Es cierto que tampoco necesita mucho esfuerzo, habida cuenta del entreguismo de tanto paniaguado. No obstante, Zapatero no renuncia a poner en manos del Gobierno los instrumentos suficientes para asegurar la adhesión de distintos grupos de interés y para filtrar por lo que debiera ser libre y espontánea expresión de la cultura sus consignas.
 
La prensa desveló, y nosotros nos hicimos eco de ello, los planes que tiene el Gobierno para la industria del cine, un sector bien amaestrado a base de subvenciones. Hoy le ha tocado el turno de los anuncios al libro. Carmen Calvo ha anunciado por la vía de la agencia oficial que impondrá para este objeto un precio único. Es decir, que prohibirá a las librerías hacer descuentos sobre el precio oficial de la obra. El objetivo, ha declarado sin rubor la ocupante de la cuota, es no tratar al libro “como una mercancía sometida a la ley de la oferta y la demanda".
 
Como todavía no es necesario pedir una licencia para publicar un libro, este es uno de los ámbitos de la cultura más libres. Una amplísima red de puntos de venta, que por fortuna no se limita a las tradicionales librerías, persigue a los potenciales lectores allá donde vayan, intentando ganarse el interés último de llevarse un libro. Es un mercado muy competitivo, y en él una de las estrategias para llegar al lector es el precio. El Ministerio de Cultura, remedo del orwelliano Ministerio de la Verdad, quiere prohibir los descuentos. ¿Quién saldrá perjudicado? El lector con menos medios y en general el aficionado al sistema circulatorio de nuestra cultura, que es el libro.
 
Por descontado que los libros son una mercancía. Gracias a ello su producción se ha ido haciendo más libre y ha ido ocupando huecos en las librerías de capas más amplias de la población. Si una mercancía es un bien que se produce para el mercado, todavía tenemos la suerte de que ese sencillo objeto siga siéndolo y esté sometido a los libres acuerdos entre ciudadanos, o lo que llamamos habitualmente el mercado. Lo contrario de una mercancía es una concesión, un privilegio, una regalía. Lo contrario a una mercancía es la licencia para publicar o no publicar. No nos extrañará que, dando rienda suelta a sus más vivos deseos, el gobierno socialista quiera restar libertad y vivacidad al mercado del libro intentando convertirlo en algo distinto a una mercancía.
 
Si hay algo característico de los privilegios, es que son excepciones. Carmen Calvo Poyatos ha dejado ver una excepción a sus planes de prohibir la competencia y los descuentos en los libros: los que sirven de texto para las escuelas. La razón de esta repentina confianza en el mercado es que los clientes no es aquí el público en general, sino principalmente las comunidades autónomas, que adquieren los textos para luego cedérselos a los padres a título gratuito. Parece ser que las administraciones tienen otro nuevo privilegio que se nos niega al ciudadano de a pie. No podía ser de otro modo, con un gobierno socialista.

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