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Thomas Sowell

Jueces de cuota

El Tribunal Supremo no existe para hacerse una foto que nos haga sentirnos satisfechos con nosotros mismos. La diferencia entre el mejor y el segundo mejor puede ser crucial por las consecuencias a largo plazo de los veredictos del Tribunal Supremo.

Una de las cosas más tristes de estudiar historia es descubrir la frecuencia con la que consideraciones banales influyen en la dirección que toman los sucesos trascendentales. Es también una de las cosas que más duelen al leer sobre el Tribunal Supremo en Conflicto Supremo, de Jan Crawford Greenburg. Ese lúcido libro desvela las luchas entre políticos por la elección y confirmación de los candidatos al Tribunal Supremo, y las luchas dentro del propio Tribunal Supremo en los temas difíciles y divisivos sobre los que tienen que decidir.

Quizá lo parte más triste del libro, aunque se mencione sólo de pasada, es que algunos potenciales candidatos "altamente cualificados" para el Tribunal Supremo "no quisieran que sus nombres fueran tomados en consideración" porque el proceso de confirmación en el Senado se había convertido en algo "demasiado encarnizado y virulento", y "simplemente no querían formar parte del mismo".

Las repercusiones importantes y duraderas que conllevan de los veredictos del Tribunal Supremo obligan a que en el mismo se necesite a personas del más alto calibre y carácter. No hay suficientes norteamericanos "altamente cualificados" como para poder permitirnos perder a uno de ellos.

La atmósfera circense chabacana y desagradable de las audiencias de confirmación del Senado es sólo uno de los factores que provocan que algunos de los mejores no sean nominados mientras que otros que apenas llegan al nivel de ser vivo se sientan en el más alto tribunal del país. Según Conflicto Supremo, el juez federal Laurence Silberman fue desechado por ser "demasiado controvertido" para una nominación al Tribunal Supremo, y en su lugar se escogió a David Souter, que era lo más cercano a un papel en blanco que un ser humano puede aspirar a ser.

El juez Silberman hubiera sido uno de los grandes jueces del Tribunal Supremo de la época, mientras que Souter ha sido uno de los peores. La diferencia fue trascendental –y desastrosa– para todo el futuro de la ley norteamericana, especialmente en un tribunal con tantos veredictos decididos por una mayoría de 5 a 4.

La mentalidad de cuota ha sido otro factor que ha dejado fuera a lo mejor a cambio de permitir la entrada a lo políticamente conveniente. Hasta los presidentes que están en contra de las cuotas para razas o mujeres sucumben a esa mentalidad. Así es como Ronald Reagan hizo su peor nombramiento, Sandra Day O'Connor, que utiliza la retórica como sustituto de la lógica. Por esa misma razón George W. Bush nominó a Harriet Miers, cuyo inadecuado conocimiento del Derecho Constitucional se hizo tan dolosamente evidente durante las conversaciones preliminares con los senadores que hasta los partidarios republicanos del presidente, dentro y fuera del Senado, lo exhortaron a que retirase con urgencia su nominación.

El próximo candidato a convertirse en juez de cuota sería el primer hispano en ser colocado en el Tribunal Supremo. El Fiscal General Alberto González probablemente supondría una mejora comparado con algunos –quizá la mayoría– de los que sirven actualmente en el Tribunal Supremo. Pero debería ser nominado sólo si es la mejor persona disponible de cualquier raza, color, credo u origen nacional. El Tribunal Supremo no existe para hacerse una foto que nos haga sentirnos satisfechos con nosotros mismos. La diferencia entre el mejor y el segundo mejor puede ser crucial por las consecuencias a largo plazo de los veredictos del Tribunal Supremo.

Algunos de los episodios más descorazonadores sucedidos dentro del Tribunal Supremo de entre los que relata Conflicto Supremo son aquellos que desvelan las consideraciones banales que influyen en cómo deciden algunos jueces sobre asuntos de importancia histórica.

No sólo los vaivenes de opinión del juez Anthony Kennedy en temas constitucionales, sino también su preocupación expresa por la posible reacción del público a los veredictos del Tribunal Supremo dejan entrever a alguien incapaz de prestar atención ni siquiera a aquello que más llama la atención. La fascinación del juez por tomar las leyes extranjeras como fundamento de decisiones sobre la ley norteamericana sugiere un desdén por la caja de Pandora que esto abre. También puede sugerir que se trata de alguien demasiado interesado en formar parte de los miembros de la Olimpia legal mundial que quieren imponernos desde arriba cómo debemos vivir los demás, al margen de lo que diga la Constitución de los Estados Unidos.

Las reacciones hipersensibles de la juez Sandra Day O'Connor a la crítica a sus veredictos por parte de jueces disidentes –ya se tratara de William Brennan en la izquierda o de Antonin Scalia en la derecha– también se encuentran en Conflicto Supremo. Incluso tras su jubilación, la juez O'Connor rehusó enfrentarse con la esencia de las críticas del magistrado Scalia, con el argumento de que aparentemente no las expresaba con la suficiente cortesía para su gusto. Si estas críticas eran válidas o no, no parece haberle importado mucho.

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