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Amando de Miguel

La riqueza de las palabras

Don Francisco aprovecha para recalcar que él se siente "español y liberal, aunque no libertario". Hombre, no se lo tome así, tan a la española. Lo de "libertario" lo utilizamos aquí con su miaja de ironía sin ánimo de transmutar el diccionario.

Carlos González Cuevas (Morro Jable, Fuerteventura) entiende que diletantismo es "el intento deliberado de retrasar la toma de una decisión a pesar de estar totalmente debatida y estudiada". Pero se pregunta si esa definición es correcta. Pues no. El diletante es una persona que se interesa como aficionada por una actividad o dedicación sin que pretenda pasar por ser profesional de ella. Por lo general se utiliza con un sentido despreciativo. Por ejemplo, algunos libertarios opinan que yo soy un diletante en los asuntos del lenguaje. Realmente me considero un diletante de varias cosas: de escribir o hablar sobre temas económicos, de escribir novelas, de ocuparme de la actualidad política. Casi podría pasar por un profesional del diletantismo, pero me siento muy a gusto. En italiano dilettante es precisamente el que saca gusto o deleite de lo que hace de modo regular. De modo estricto el dilettante o diletante es la persona que goza con la música sin ser un músico profesional.

Por lo visto, pindio (= pino, inclinado, con mucha pendiente) no es privativo de Cantabria. Ya hemos visto que también reconocen esa voz algunos asturianos. Ahora Jesús Corral indica que es muy común en su pueblo (Herrera de Pisuerga, Palencia) y que se oye también en León.

Gabriel Moncalián Arsuaga (Cantabria) dice que, en su tierra, "a los gays, maricones o sarasas se les llama piporros". Entiendo que esa voz se asocia con el sentido de piporro que se da tanto al fagot como al botijo. Ambos artefactos los asociamos con el placer bucal.

Ha tenido mucho éxito el concurso para rescatar del olvido las palabras que designaban prendas del vestuario antiguo. Copio el comentario de Francisco Javier Bernard Morales con su mezcla de ilustración e ironía que tanto agrada:

Pedro M. Araúz (Manzanares de La Mancha) aporta algunas prendas olvidadas, como la pañoleta (corbatín de los toreros), la pañosa (la muleta de los toreros) o las tocas de las monjitas de la Caridad. Esas tocas eran llamadas también junkers "por la gran envergadura de sus alas".

Francisco Pérez Antón se refiere a la prenda capisayo, que citaba Agustín Fuentes. Don Francisco aporta una curiosa versión transoceánica:

La palabra capixay es voz que en el altiplano de Guatemala designa la elegante capa negra de algunas cofradías indígenas, herencia de ciertas órdenes religiosas. Los dominicos, en concreto, la vestían (capinegros les decían hace siglos a estos frailes). Parece palabra de raíz indígena. No lo es. Ni siquiera es castellana, sino vasca. Con el nombre de kapusay se designaba tiempo atrás un capote con capucha que los pastores de ovejas utilizaban en dicha región española. El término fue traducido al castellano por capuz, primero, y capisayo, después. Y tras ser adoptada por los indígenas guatemaltecos, se trocó en ese capixay de siseo sigiloso con que se pronuncia en el altiplano guatemalteco.

Don Francisco aprovecha para recalcar que él se siente "español y liberal, aunque no libertario". Hombre, no se lo tome así, tan a la española. Lo de "libertario" lo utilizamos aquí con su miaja de ironía sin ánimo de transmutar el diccionario. Nos gusta jugar con las palabras.

Agustín Fuentes completa el vestuario de prendas que estuvieron de moda:

Entre las prendas olvidadas, tenemos los mitones, los guantes de medios dedos; los bombachos, que en su día fueron los pantalones de golf y que usaba (si no recuerdo mal) Tin Tin; los manguitos: de elegantes pieles para las manos de las señoras y de tela gris para los oficinistas de visera verde y libro mayor. Tampoco se usa ya la levita, asociadas a los malos, malísimos de las películas de Charlot. Los estudiantes no llevan hopalandas, ni los soldados tahalíes de donde colgar armas y oraciones, ni llevamos ya leontinas aunque, esto último, sea más aditamento que ropaje, indispensables para el manejo de unos preciosos relojes de bolsillo discretamente alojados en el bolsillo del chaleco; prenda que ahora, por cierto, tampoco abunda.

Juan Puyol aporta los nombres curiosos de algunas prendas:

No sé si quedó claro cómo se llama la tela que cubre la parte delantera del altar. Eugenio L. Navarro lo recuerda: antipendio. Acaba de ver una exposición en Santo Domingo de la Calzada donde se exhiben varios antipendios.

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