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Al-Qaeda en puertas

La marca Al-Qaeda se afianza en nuevos o viejos mercados, como sucede con el Magreb, donde fusiona diversas organizaciones por encima de fronteras nacionales de nulo significado islámico. Y todo ello con la vista puesta en Europa.

Cuánto existe de Al-Qaeda es el tema permanente de discusión entre la abundante cosecha de expertos en el asunto que florecieron en unos pocos meses a partir del 11-S. Entre un simple nombre que se puede tomar libremente, una franquicia gratuita, una fuente de doctrina e inspiración que usa con destreza el púlpito de Internet y las televisiones del Golfo y un bien disciplinado y jerarquizado ejército de las sombras cuyos tentáculos llegan a todas partes, se han enunciado sobre su naturaleza toda clase de teorías intermedias, que según el momento y las circunstancias pueden encerrar un cierto grado de verdad.

El caso es que el 11-S fue una hazaña con planeamiento, logística, mando y control del estado mayor, que entonces contaba sus reclutas por miles en diversos campamentos afganos donde gozaba de una práctica extraterritorialidad y disponía de las correspondientes finanzas para sostener el amplio tinglado. Pero el contraataque norteamericano lo desbarató todo, dispersó a los aspirantes sin que de muchos se haya vuelto a saber nada y eliminó en pocos años a dos tercios de la cúpula.

Sin embargo, con su cobijo práctico o puramente espiritual, la idea, de la que nunca tuvo el monopolio, no ha dejado de expandirse y Al-Qaeda, con su liberal política de dejarse profusamente clonar, ha podido mal que bien seguir manteniéndose a flote y seguir siendo un manto que nadie dentro de la gran familia yihadista rechaza y en el que todos alguna vez se refugian. Con mucha, poca o ninguna dirección central, el Al-Qaeda genérico está presente en múltiples reencarnaciones allí donde los guerreros santos están dispuestos a dar batalla por Alá y el califato a sus despóticos líderes corruptos y al occidente corruptor. A cuántos coordina y en qué medida no hay forma de saberlo, pero desde luego a algunos y de alguna manera sí.

Probablemente ha tenido poco que ver con el surgimiento del sector yihadista de la insurgencia iraquí, pero ha tenido ojo estratégico para comprender que esa es ahora la batalla decisiva de la causa y que en su fracaso o victoria hay mucho en juego. Por eso no ha dejado de contribuir activamente a canalizar hacia ese decisivo frente los recursos que de forma espontánea o inducida afloran por toda la umma islámica. En especial, los heroicos guerreros sedientos de martirio y paraíso, cuyo suicida asesinato de grandes cantidades de correligionarios de todo género y edad, despreciables apóstatas chiíes y compatriotas varios, más algún que otro soldado norteamericano,  produce tan excepcionales frutos estratégicos que mantiene en jaque a la potencia que realiza la mitad de todos los gastos militares del mundo.

Tampoco tenemos seguridad sobre cuál es la mano de Al-Qaeda en tragedias como nuestro 11-M o el 7-J británico, así como otros muchos intentos fallidos, pero de igual o mayor carga mortífera, aunque intuimos e incluso rastreamos, a pesar de las densas cortinas de humo de los procesos rígidamente judiciales, a algún experimentado planificador o experto artificiero que llega como un fantasma y desaparece antes de la acción.

Pero entre lo poco que sabemos con un cierto grado de certeza es que Al-Qaeda vuelve a tener campamentos a ambos lados de la hirsuta frontera paquistano-afgana. Más pequeños y rudimentarios, pero que pueden albergar hasta 300 aprendices cada uno. Las comunicaciones desde tan remoto emplazamiento se hacen cada vez más fluidas. Y la marca Al-Qaeda se afianza en nuevos o viejos mercados, como sucede con el Magreb, donde fusiona diversas organizaciones por encima de fronteras nacionales de nulo significado islámico. Y todo ello con la vista puesta en Europa. Por si antes no, ahora ya tenemos en puertas a la genuina Al-Qaeda.

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