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La guerra contra la guerra

En esta perpetua agonía que no cambia nada sustancial pero desgasta mucho, la enésima ofensiva en Estados Unidos contra la guerra antiterrorista gira ahora en torno a unas cintas de interrogatorios de conspicuos maestros yihadistas que la CIA destruyó.

Hay la guerra y hay la guerra contra la guerra, cuya última batalla es la de las desaparecidas cintas de la CIA. Las dos son importantísimas, mundiales, y dominan el panorama estratégico a escala internacional y en algunos países el nacional, como en Estados Unidos en todo momento o en España en elecciones providenciales.

La primera se libra contra el terrorismo internacional de carácter yihadista, es de hechos, acciones y reacciones y tiene algunos frentes cuya naturaleza bélica no puede ponerse en duda, como Irak y Afganistán. La segunda es política e ideológica, de palabras e ideas y su esencia consiste en negar que la primera pueda ser concebida como guerra. En el caso de Irak, donde no hay margen para la duda, lo que se niega es la conexión con el esfuerzo antiterrorista. Más bien al contrario, se considera contraproducente. Afganistán permanece en un curioso limbo lógico e histórico.

No es un retruécano escolástico, no es el sexo de los ángeles. Mucho se juega política y estratégicamente en este conflicto secundario en torno a la naturaleza del conflicto primario. Porque no son las mismas las circunstancias legales en estado de guerra que en situación de normalidad. En ningún caso el Derecho queda abolido, pero en el primero se admiten ciertas restricciones puesto que la misma supervivencia de la legalidad depende de la victoria. Concepciones aparte, la guerra secundaria se ha convertido en una manera de deslegitimar la primaria y, por tanto, a quienes la combaten o la apoyan. Es un instrumento de la lucha por el poder. Es una guerra sucia en la que todo, y estamos en el terreno de las palabras, vale.

En Estados Unidos el fenómeno comenzó con un apoyo masivo de público y políticos. A los tres días el presidente recibió del Congreso amplios poderes para el uso de la fuerza militar, por unanimidad casi absoluta de ambas cámaras. Mes y medio más tarde llegó otro instrumento legal básico en la lucha contra el terror, la Patriot Act, que ampliaba la esfera de acción de los servicios de inteligencia, aprobada por 98 a 1 en el Senado y 357 a 66 en la cámara de representantes.

Los que antes dijeron digo ahora dicen "guerra de Bush". Pura falacia. No hay tal ni en los orígenes, ni en cuanto a los poderes del ejecutivo ni en cuanto a Irak. Pero a medida que las cosas se fueron empantanando en Irak y el peligro de un segundo 11-S se fue difuminando, surgieron oportunidades de desacreditar a la administración Bush "judicializando" todas las actividades de inteligencia. Muchas han sido las líneas de ataque, todas han ido poniendo obstáculos en el camino, aunque prácticamente ninguna ha llegado al puerto de una anulación de los fundamentos legales de lo que se ha venido haciendo.

En esta perpetua agonía que no cambia nada sustancial pero desgasta mucho, la enésima ofensiva en Estados Unidos contra la guerra antiterrorista gira ahora en torno a unas cintas de interrogatorios de conspicuos maestros yihadistas que la CIA destruyó. Sabiamente. Pero tras cometer la torpeza de haberlas grabado, cosa que no tenía la más mínima obligación de haber hecho. En todo caso, una vez transcritas era lógico que fueran destruidas, dada la auténtica guerra sucia que se libra por razones políticas contra los que están en primera línea de la persecución de los yihadistas que nunca nos olvidan.

De nuevo es más que probable que todo quede en nada. Pero los rescoldos del acoso permanecerán encendidos hasta que llegue una nueva oportunidad de arrojarles un bidón de combustible que produzca nuevas llamaradas. ¡Cómo si la guerra en sí no tuviera ya pocas dificultades!

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