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Jorge Vilches

La religión Z

La paradoja muestra la degradación de cierta izquierda, esa que habla de la criminalización de las ideas en lo que se refiere a la ilegalización de Batasuna para acto seguido negarle la libertad de expresión a la Iglesia.

El origen democrático de las normas no confiere automáticamente bondad o las hace indiscutibles. Si así fuera, no serían democráticas. El denostar a una persona, asociación o institución, como la Iglesia, por ejemplo, por criticar una norma emanada del Parlamento es manifestar la propia ignorancia sobre los mecanismos de la democracia. Negar la posibilidad de movilizarse legalmente contra una norma, para pedir su derogación o reforma es negar la existencia misma del gobierno representativo y los cauces de participación ciudadana.

Por eso resulta estrafalario el hablar de una alianza de la derecha y el Altar (Ramoneda, El País, 31 de enero) para movilizar a la opinión y cambiar una norma emanada de una institución democrática. ¿Cuál es el problema? La democracia no consiste en darle la razón a la izquierda. Es otra cosa. Los derechos de asociación, manifestación y expresión, incluso el de voto, permiten tanto la participación ciudadana como la pluralidad de ideas y la existencia de la opinión pública y, por tanto, su movilidad. Es una contradicción, por tanto, denunciar la propagación de ideas y valores ajenos por la simple razón de que son una crítica –legítima y legal– de los propios.

La paradoja muestra la degradación de cierta izquierda, esa que habla de la criminalización de las ideas en lo que se refiere a la ilegalización de Batasuna para acto seguido negarle la libertad de expresión a la Iglesia. O que habla del anacronismo de relacionar la religión y la política, pero no duda en pactar una lista electoral con el partido islámico Coalición por Melilla. Entonces, ¿qué es lo que molesta a esta izquierda de esa coincidencia entre la derecha y la Iglesia en la crítica a algunas de sus medidas?

El socialismo, en sus distintas vertientes, fue durante el siglo XX una religión laica. El endiosamiento del líder, su culto y exégesis, el santoral, los mártires, sus evangelios... Esa fe en el paraíso venidero que no fue más que un feo muestrario de dictaduras. Pero ya lo dijo Richard Pipes, aquel socialismo no fue una idea que salió mal, sino una mala idea. De esta manera, destrozado el templo soviético de la religión laica socialista, y marchito el Estado socialdemócrata, la izquierda se ha dedicado a pergeñar una nueva religión, una cosmovisión alternativa que le confiriera identidad.

En el camino, mientras la derecha ha conseguido aglutinar a liberales y conservadores en torno a unos métodos, principios y valores comunes, la izquierda sigue aún en construcción. Sólo eso explica su culto a la Z, al santoral de supersabios incluido Al Gore, los evangelios de Suso de Toro y demás apóstoles, la promesa del Estado plurinacional y el paraíso de la Alianza de Civilizaciones. Y prometen 400 euros a cada votante/cotizante si ganan las elecciones porque no son capaces de quitar el andamiaje de su nueva religión, que se nutre de lo políticamente correcto en este preciso segundo y de una larga lista de tópicos vacíos.

El resultado es que a la izquierda zapateresca le irrita que la contradigan, que opinen sobre esas cosas que cree irrefutables, inefables y progresistas. Porque es, en definitiva, la vieja política, esa de la que decía Ortega que sólo pretendía la captación del Gobierno de España, frente a la nueva, preocupada por el aumento y fomento de la vitalidad de la sociedad española.

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