Henos aquí, contritos y avergonzados ante la ofensa perpetrada por Mariano Rajoy contra todas las personas de buena voluntad que a nuestro país llegan con el generoso deseo de contribuir a elevar nuestro nivel de bienestar y de progreso. El señor Rajoy les ha ofendido gravemente al pretender que aprendan el español, insolencia ante la que el ministro Moratinos no tuvo más remedio que salir al paso: Akenda motongo katanga du binga bemba babumba kena diptongo.
Tras estas declaraciones, que mostraban a las claras su ferviente deseo de aprender y utilizar la lengua nativa del país que visitaba, quedó muy claro que de lo que se trata es de que seamos capaces en España de hablar en árabe a los inmigrantes magrebíes, en búlgaro –cirílico, por supuesto– a los procedentes de aquél país, y en urdú a todos aquellos que vengan de Pakistán. Cataluña ya ha iniciado esa senda, al publicar un diccionario catalán-urdú, urdú-catalán.
¿Cabe imaginar mayor ofensa para un recién llegado a nuestras tierras que hacerle aprender el español? ¡De ningún modo! Entonemos nuestro más sentido mea culpa por el terrible ridículo al que el señor Rajoy nos ha sometido a todos los españoles, y hagámoslo a coro con nuestro amado presidente. Pero esto no es lo peor.
Pretende Rajoy ni más ni menos que todos los que arriban a nuestras costas sepan y conozcan las leyes que rigen nuestra convivencia y acepten los usos y costumbres de nuestra sociedad. ¿Pero, cómo se atreve? ¡Esto es racismo, intolerancia y xenofobia en estado puro! ¿Cómo podemos osar impedir a ciertos lugareños que mantengan el uso de sus propias costumbres y usos, tales como la ablación de clítoris, la poligamia, los malos tratos a las mujeres y la lapidación de los homosexuales? No cabe imaginar mayor agresión hacia el recién llegado que privarle de sus antiquísimas y arraigadas tradiciones.
Nuestras leyes se aplican o no se aplican, eso depende de lo que "aconseje la jugada"; son flexibles, elásticas y polivalentes, ya hay sentada doctrina desde esta legislatura. Lo que un día puede ser delito, no lo es al día siguiente, y en consecuencia los españoles no sabemos nunca si estamos dentro o fuera de la ley. Dependerá de lo que toque, lo que supone que cada día al levantarnos hacemos una partidita de ruleta rusa sin saber si esa jornada tocará balazo o no. Y si tal es nuestra situación, ¿cómo podemos llegar a la infamia de hacer tragar a los inmigrantes lo que no rige ni para nosotros mismos? Arrodillémonos, pues, todos y entonemos un cántico de desagravio hacia el visitante. Amén.