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Enrique Dans

Los verdaderos nativos digitales

Son capaces de googlear el texto de la notita de San Valentín que acaban de recibir para ver si es original o copiada o de notificar que han acabado sus deberes escribiendo </homework> en la pantalla del ordenador.

El término "nativo digital", en contraposición a "inmigrante digital", fue acuñado por Marc Prensky, y se utiliza para definir a los integrantes de generaciones recientes, personas que han nacido completamente rodeadas por un entorno digital. Para ellos, todo contenido puede ser digitalizado, copiado, enviado por todo tipo de medios, los mismos medios que utilizan para mantenerse en contacto entre sí: teléfono, SMS, móvil, mensajería instantánea... son una generación que no concibe el teléfono de casa sin tarifa plana, que no soportan estar desconectados, que no entienden la necesidad de un pesado diccionario en orden alfabético y con pocas ilustraciones cuando hay una red en la que puedes simplemente teclear lo que buscan y lo encuentran inmediatamente y con todo lujo de detalles en color y movimiento.

Son capaces de coger cualquier cosa con teclas o pantalla táctil y ponerse a utilizarla sin ni siquiera plantearse leer unas instrucciones, de googlear el texto de la notita de San Valentín que acaban de recibir para ver si es original o copiada o de notificar que han acabado sus deberes escribiendo </homework> en la pantalla del ordenador. Hay quien les llama Generación M, letra por la que empiezan las palabras movilidad, multimedia, multitarea, multicanal, y quien se plantea los cambios que vamos a vivir a medida que esta generación va convirtiéndose progresivamente en clientes de nuestros productos o en trabajadores y directivos de nuestras empresas...

Pero a mí lo que me tiene últimamente impresionado no es eso, sino algo que va un poquito más allá: dentro de esa generación de "nativos digitales" hay algunos que, por proximidad con los ordenadores y con internet, han ido un poquito más allá: han llegado al punto de empezar a toquetear los lenguajes de programación. Apoyados por la amplia disponibilidad de herramientas sencillas disponibles de manera gratuita en forma de software libre, y por la ubicua aparición de tutoriales, videocursos, listados de preguntas frecuentes, foros de comunidades y recursos de todo tipo, han empezado a internarse en algo tan aparentemente complejo como la programación. Y han descubierto que la programación no es ni más ni menos que un lenguaje, un idioma, con sus convenciones, y su sintaxis, igual que otros idiomas que aprenden en el colegio. Idiomas que, como todos sabemos, se aprenden de otra manera cuando el cerebro es aún flexible, joven, permeable: mi hija, con tres años de edad y uno de residencia en Los Angeles, tenía un acento californiano perfecto y una facilidad que yo, obviamente con mucho más vocabulario, gramática y años de estudio que ella, no podía ni llegar a imaginar. Cuando un idioma se aprende a edad temprana, el proceso de asimilación se desarrolla de otra manera, y la persona no "traduce", sino que elabora directamente en dicho idioma. Para alcanzar esa misma facilidad en edades más tardías, es preciso un nivel de práctica muy superior.

Desde hace una temporada, me encuentro con relativa frecuencia con este tipo de nativos digitales: uno de ellos, Rubén, se pasó varios días intentando quedar conmigo para comentarme algunos temas, pero me decía que no podía verme antes de las seis porque tenía clase en el Instituto. Tras interpretar ingenuamente eso de "claro, será profesor", acabé dándole cita a esa hora, para encontrarme con que quien entraba en mi despacho no era un profesor, sino un chaval de 4º de la ESO, con dieciséis añitos. Un "angelito" que maneja Linux desde la consola como si hubiese nacido con un ordenador en las manos –en realidad lo tiene desde los ocho años–, mantiene un blog personal y otro sobre Linux, y está desarrollando con un uruguayo de diecisiete años una aplicación de nanopublishing al estilo de Twitter, Jisko, que mejora sus prestaciones y está basada íntegramente en código abierto.

Hace pocos días invité a una de mis clases a Shawn Gupta y Reman Child, creadores de Expensr.com, una aplicación de monitorización de finanzas personales: aunque mayores que Rubén (entre ambos suman aproximadamente mi edad), ya han sido portada de la prestigiosa Business 2.0 encabezando un artículo titulado Los próximos disruptores. O Matt Mullenweg, que a los 17 años había creado una de las mejores herramientas de blogging existentes, WordPress, y una compañía, Automattic, para administrar su plataforma gratuita de blogs, los desarrollos posteriores que va generando, y los servicios que presta a las empresas que lo quieren utilizar. Una compañía que recibió no hace mucho una inversión de 29.5 millones de dólares de un grupo de inversores entre los que se encontraba el prestigioso New York Times.

Son sólo unos pocos ejemplos sin ningún ánimo comparativo. Seguramente, los miembros de esta generación capaces de programar son aún una minoría. Pero no me cabe duda de que, dentro de poco, el fenómeno será algo mucho más generalizado: una generación de "nativos digitales" capaces no sólo de usar las máquinas, sino también de entenderse directamente con ellas, de crear aplicaciones en lugar de limitarse a utilizar las que han creado otros, en un mundo cada vez más caracterizado por las libertades que proporciona el uso de software de código abierto. El tema, porqué negarlo, me tiene impresionado: de alguna manera entreveo que no se trata de "excepciones", sino de frutos lógicos de un entorno, de unas inquietudes, de un flujo natural. Y de algo que va a cambiar muchas cosas.

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