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Fernando Herrera

Sí al voto electrónico

¿Cuántos arbolitos hacen falta para imprimir las ingentes cantidades de papeletas que se han de suministrar a los colegios electorales? ¿Y el gasto energético de su transporte, y de las urnas, y de los mismos votantes?

La Sociedad de la Información avanza a pasos de gigante. Cada vez son más los servicios a los que podemos acceder desde nuestro ordenador o dispositivo móvil; más las personas que utilizan estos servicios de forma cotidiana, y las empresas y organismos de todo tipo que tratan de dar valor añadido por esta vía a sus posibles usuarios.

En cambio, parece mentira lo poco que, en una democracia que se pretende "avanzada" como la nuestra, ha avanzado la posibilidad del voto electrónico. De hecho, en este concreto aspecto, parece que no haya llegado aún la Sociedad de la Información.

Lo cierto es que por internet podemos realizar transacciones de las más importantes que nos imaginemos, en las que está en juego nuestro dinero y patrimonio. Podemos comprar prácticamente de todo, desde una entrada de teatro a una casa; podemos apostar a juegos de azar; podemos realizar cualquier tipo de operación bancaria... si hasta nos podemos arruinar en Bolsa. Y, sin embargo, no podemos votar.

Podemos realizar donaciones, y participar en subastas. Consultar el tiempo, jugar solos o acompañados. Podemos cometer terribles delitos que prefiero no enumerar. Podemos hacer cosas simples o complejas. Hay quien incluso hace la declaración de la renta por internet, ¿alguien puede imaginar una acción más responsable en nuestra sociedad dejada al arbitrio de la red de redes? Y, sin embargo, no podemos votar.

Alguien dirá que no todo el mundo tiene acceso a internet. Pero tampoco parece necesario para emitir un voto. Si hay voluntad, la Sociedad de la Información tiene soluciones que no pasan por la banda ancha. Por ejemplo, se podría votar telefónicamente, desde el teléfono fijo o el móvil. La práctica totalidad de los bancos ofrecen este canal para sus operaciones. Y en estas jugamos con nuestro dinero, ¿por qué no íbamos a poder votar telefónicamente? ¿Nos fiamos menos del teléfono para un voto que apenas va a tener influencia en nuestra vida que para una operación con el banco, que nos la puede arruinar? Y, sin embargo, no podemos votar.

Es curioso que en plena concienciación ecologista a nadie se le ocurra el gran ahorro en términos medioambientales que supondría la generalización del voto electrónico. ¿Cuántos arbolitos hacen falta para imprimir las ingentes cantidades de papeletas que se han de suministrar a los colegios electorales? ¿Y el gasto energético de su transporte, y de las urnas, y de los mismos votantes cuando viven lejos de su colegio electoral? La de tiempo y dinero que podríamos ahorrar para otros menesteres más dignos del Estado del bienestar. Y, sin embargo, no podemos votar.

Parece que la fiesta de la democracia exige inexcusablemente de nuestra presencia física cada cuatro años (con la curiosa excepción del voto por correo, convencional, no electrónico). No importa lo que avance la tecnología o el desperdicio de recursos que ello suponga, los gobiernos no parecen dispuestos a privarse de sus papeletas. Así que podemos declarar y pagar impuestos por vía electrónica, pero no podemos votar... aquí hay gato encerrado, como dice el refrán.

Desde luego, el voto electrónico tiene mi voto, y que sea por última vez presencial.

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