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José María Marco

Control de daños

Bastante siniestro es el panorama como para que a las decisiones que se adopten en Washington se añadan las ocurrencias de Rodríguez Zapatero. El daño brutal que este ha infligido a España ya está hecho.

Se entiende la impaciencia y la rabia, e incluso las torpezas en las que están incurriendo Rodríguez Zapatero y su equipo en estos últimos días. Ahora que se va refundar el capitalismo, ahora que por fin los políticos de otros países se suman al ambicioso objetivo del nuevo socialismo español, ahora que se han convertido a la buena nueva anunciada desde Moncloa y Ferraz en colaboración con Teherán, La Habana y Caracas, los organizadores del evento no invitan al precursor y pionero. Quien iba para estrella de la revolución se ha quedado en casa con la familia.

Las razones son bien conocidas. Una de las menos estudiadas es que Rodríguez Zapatero ha mantenido una posición hipereuropeísta, disolviendo el concepto de nación en un discurso federalista. ¿Por qué quejarse ahora, cuando tan bien nos van a representar los jefes de la Unión Europea? Así que la exclusión de Rodríguez Zapatero se deduce lógicamente de la línea política seguida hasta ahora. Por eso no hay ninguna razón para entristecerse por su ausencia en la reunión de Washington.

En estos casi cinco años que llevan destrozando España, Rodríguez Zapatero y los suyos han hecho hincapié en una realidad: el socialista sólo representa, y sólo quiere representar, a una parte de los españoles. Está creando un nuevo régimen del que quedan excluidos quienes no piensan como él y los suyos, es decir, quienes no piensan en clave socialista o nacionalista. Si por fin no invitan a Rodríguez Zapatero a la reunión, ¿nos habremos de sentir dolidos por la falta de presencia de España? Pues bien, Rodríguez Zapatero no representa a España ni ha querido representarla nunca. Esa es su política, la exclusión y el odio.

Hay incluso alguna razón para sentirse aliviados por la ausencia de Rodríguez Zapatero de la próxima reunión. El programa, impulsado por los dirigentes europeos, aspira a poner en marcha medidas de orden intervencionista y proteccionista para salir de la crisis. Sabemos que esta clase de medidas no mejorarán la situación. Al contrario, contribuirán a que la crisis se prolongue, al impedir el saneamiento de la economía tras muchos años de excesos, y a dificultar la recuperación, al crear más obstáculos para la vuelta al crecimiento. El comportamiento de las bolsas refleja muy exactamente el crédito que merecen los políticos a los mercados.

Pero los dirigentes europeos están eufóricos tras haber recuperado un liderazgo que creían perdido. La alegría les durará poco. No será con medidas como las preconizadas por Sarkozy en su última intervención pública sobre la crisis como los países europeos volverán a recuperar su dinamismo perdido y su capacidad de crear riqueza. Al revés. El sarao de Washington puede convertirse en una trampa en la que la vanidad de los dirigentes europeos les lleve a jugarse definitivamente la prosperidad y por tanto la relevancia económica y política de Europa. Nuestros supuestos representantes se disponen a sepultarnos y a vender los restos a los competidores, que aplaudirán la visión de tan estupendos... líderes.

Bastante siniestro es el panorama como para que a las decisiones que se adopten en Washington se añadan las ocurrencias de Rodríguez Zapatero. El daño brutal que este ha infligido a España ya está hecho. Conviene limitar los desperfectos que vengan desde fuera.

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