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Paris-Match

Una presidencia muy de los tiempos modernos con demasiada propaganda y populismo y escasa resolución. Los problemas siguen estando ahí: demografía declinante, economías esclerotizadas, nula creatividad y escasa valentía para defender Occidente.

Con más pena que gloria, termina la presidencia francesa de la Unión Europea. Tras muchas expectativas creadas, ha sido más propia de Paris-Match –la revista de los famosos en Francia– que de la seriedad que requieren los tiempos.

Donde ha faltado liderazgo, ha sobrado protagonismo. La voluntad de alcanzar el estrellato y de ser plato de todas las salsas ha eclipsado la necesidad de convertir a Europa en un continente que cuente en el mundo del siglo XXI. Dos acontecimientos marcan esta presidencia de tintes hollywoodienses pero escasamente eficaces. Y casi cabría añadir, a Dios gracias. Los dos hechos en que se ha manifestado el significado de la UE este semestre son la guerra de Georgia y la crisis financiera mundial. En ambos ha prevalecido la visión a corto plazo y la mediatización sobre las implicaciones de futuro, que son graves.

Respecto a la primera, tras la negociación apresurada de un alto el fuego que se tradujo en la aceptación de las tesis de Moscú, es decir, el agresor, se ha admitido el protectorado ruso sobre la energía europea. Con ello el chantaje de Putin ha funcionado y está en condiciones de repetirse en cualquier momento. Señal lamentable hacia Tbilisi y Kiev, y no menos deplorable en cuanto a la dependencia que se asume como tal por toda la Unión. Si se solía decir de la Unión que era un gigante económico con pies de barro políticos, hoy está embarrada por todos lados, el económico y el político. En este caso, Alemania, el otro país con capacidad de liderazgo en la Unión, no sólo siguió las tesis francesas sino que agravó la situación por su mayor limitación energética derivada de la carencia nuclear.

El segundo asunto resulta incluso más llamativo, aunque, por lo que se dirá, acaso tenga consecuencias menos tristes. Ante la crisis financiera, la posición de Sarkozy osciló entre la refundación del capitalismo y la urgencia mediática del hay que hacer algo y hay que hacerlo ahora. Pase que el plan de rescate a los bancos, que en alguna u otra manera es común a todo el mundo occidental, fuera una medida, según reconoce hasta el Wall Street Journal, "desafortunada pero necesaria", pero de ahí a querer hacerse con la presidencia perpetua del Eurogrupo y engendrar un nuevo Gobierno económico de Europa por encima del Banco Central Europeo y de los tratados, hay un trecho que Nicolas Bonaparte nunca debió transitar.

Por ventura, sus palabras fueron más grandilocuentes que su capacidad. En este caso sí, las políticas vagamente keynesianas que parecían ser el centro de la propuesta y que constituyen la solución francesa y en cierta medida británica se han visto frenadas por Alemania. Los germanos oyen keynesiano y no piensan en Roosevelt y el New Deal, sino que se acuerdan de Hitler. Ven inmediatamente el espectro de la alta inflación y de la desmesura de la economía en manos del Estado. Ante ello se retraen, como es natural, y esgrimen las reglas del euro –con el Pacto de Estabilidad a la cabeza– y del límite de deudas y de loa déficits públicos; argumento de responsabilidad ante las ideas felices del momento, cuya eficacia está lejos de estar probada. Es el mismo debate que dio origen a la moneda única, actualizado. Los franceses pidiendo dirección política –léase populista– y los alemanes reclamando rigor científico. Prevalece el equilibrio de poderes y algo habrá de ambas cosas, pero al menos Sarkozy no se ha llevado el gato al agua ni ha podido tirar los tratados por la borda.

En definitiva, una presidencia muy de los tiempos modernos con demasiada propaganda y populismo y escasa resolución. Los problemas siguen estando ahí: demografía declinante, economías esclerotizadas, nula creatividad y escasa valentía para defender Occidente. Lo que necesita Europa es un nuevo Reagan para que la proteja de la nueva Rusia autocrática, y una nueva Thatcher que la libere de las economías de Estado. Se admiten candidatos. ¿Nadie? A ver si la presidencia checa es la que se anima. Le proponemos un lema: una Europa con rostro humano, y no con rostro a secas.

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