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Juan Carlos Girauta

Horror vacui

Y yo, el más idiota de todos, agarrado al mando a distancia, a la noria de la estulticia, al carrusel de la mierda, a la galería de los horrores patrios, que son –ah, epifanía–, mucho más que políticos, estéticos. ¿Qué fue exactamente?

¿Qué fue exactamente? Vengo evitando las celebraciones de nochevieja, sus alegrías de baratillo, sus parabienes de gorrito de cartón y matasuegras. Este año la bruma vino decorada con setenta emilios. Leo incrédulo los más supuestamente "creativos", los más largos, los más impersonales. Gente a quien no veo desde hace un lustro me tiene metido en su agenda telefónica y ¡zas! He ahí su balbuceo digital de injustificado bienestar... que la crisis no... 2010 al menos, porque antes... siga como mínimo igual... tus deseos... Todo ello a las cinco de la mañana, porque el espacio radioeléctrico, que diría el espionaje español, está colapsado desde las campanadas. ¡Ah, las campanadas!

¿Qué fue exactamente? La Puerta del Sol o la Torre Agbar. Escenas de alipori, cuando no aburridas, siempre gregarias, siempre deprimentes, pero esta vez, esta vez... Esta vez me había convencido, circulando por no sé por qué vericuetos del autoengaño, de habitar otra época, otra tierra y otro paradigma. Cuidadosamente protegido a todas horas de un entorno particularmente estúpido, había soñado bajo el caparazón una era distinta. Mientras, una ley fatal ha debido ir arrancando del mundo aquello que valía la pena para multiplicar la basura. Porque nada diferente a una basura nauseabunda me ofrecieron los cuarenta y tantos canales disponibles de televisión.

¿Qué fue exactamente? Unos idiotas voluntariamente atrapados en una casa llena de cámaras, sin nada que hacer. Unos idiotas creyendo que van a saltar a la fama por sus ignotas dotes musicales. Unos idiotas simulando que les enseñan a bailar. Unos idiotas aplaudiendo un patético play back. Unos idiotas provocando en el canal nacionalista la vergüenza ajena como sólo ellos saben provocarla. Unos idiotas convencidos de que un buen escote basta para retener al espectador durante los anuncios. Unos idiotas controlando el repugnante imaginario español contemporáneo con sus producciones inverosímiles. Unos idiotas dejando que los anteriores idiotas sigan haciendo lo que hacen. Unos idiotas pagando por todo ello o entregando su tiempo a la idiotez ajena. Y yo, el más idiota de todos, agarrado al mando a distancia, a la noria de la estulticia, al carrusel de la mierda, a la galería de los horrores patrios, que son –ah, epifanía–, mucho más que políticos, estéticos. ¿Qué fue exactamente?

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