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GEES

Orfandad y resignación

Sin políticos, es necesario que el movimiento cívico liberal-conservador madure independizándose, organizándose y armonizándose para vigilar y fiscalizar incluso a la derecha política que lo ha abandonado.

La derecha española es plural y en ella conviven múltiples familias ideológicas; liberales, conservadores, libertarios, democristianos e incluso tradicionalistas, entre las cuales existe un considerable guirigay ideológico. Todas ellas, no obstante, comparten cuatro o cinco cosas fundamentales: la defensa de España como nación; el reconocimiento a la tradición religiosa, histórica y cultural de esta nación; la defensa de un régimen político constitucional y parlamentario homologable a los de las sociedades abiertas occidentales; y la conciencia de la prioridad que la sociedad, organizada a su manera, debe tener sobre el Estado y sobre la clase política, que está, además, para servir y no para servirse.

Desde cualquier derecha, la política radical de Zapatero constituye una aberración. Está bastante claro que la deriva nacional desde 2004 constituye un problema, no político, sino histórico. Éste consiste en la ruptura y humillación de la nación en coalición con los nacionalistas; en las políticas destinadas a borrar la tradición cultural y religiosa española; en la reforma legal e institucional destinada a un cambio de régimen, pacífico, pero cambio; en la fortísima ofensiva contra la sociedad civil, que aprovechando la crisis económica multiplicará la fuerza de los poderes públicos y limitará la de los ciudadanos, sean padres, empresarios o trabajadores.

Desde 2004, lo abrupto de estos cambios sociales que Zapatero lleva a cabo –unido al acoso inmisericorde del progresismo al último gobierno de Aznar–, motivó el surgimiento de una sociedad civil activa y pujante que durante la pasada legislatura se echó a la calle en defensa de objetivos diversos; contra la humillación de las víctimas y los pactos políticos con ETA, contra los ataques a la familia, contra la imposición educativa a los padres o contra la cristofobia. En algunos casos, se obró el milagro de la victoria –caso de los pactos de Zapatero con ETA–, al confluir la derecha social con la derecha política en un frente armónico contra el Gobierno, que finalmente cedió.

Pero entonces ya se dieron dos circunstancias preocupantes. En primer lugar, el Gobierno amagó y amenazó a todos aquellos los que se le opusieron desde la sociedad civil, bajo la acusación de "crispación". En segundo lugar, se veía ya la pusilánime actitud del PP en algunos temas ideológicamente fundamentales, en los que cedió al impulso progresista, –federalización, aborto, eutanasia– en los que osciló entre el silencio y las quejas en voz baja, mostrando claramente su escasa voluntad de lucha.

Hoy, ambos aspectos han madurado de manera preocupante. El Gobierno se muestra cada vez más sibilinamente agresivo contra quienes le frenaron antes en la calle. Es el caso del acoso y derribo contra José Alcaraz y la AVT, de las querellas de De la Vega contra la revista Época, de las presiones sobre la COPE, o del acoso a la libertad en internet –ámbito indispensable para la derecha– a través de la SGAE.

Por si fuera poco, la grieta entre el PP y la derecha social se ha ido abriendo progresivamente, conforme el primero se vaciaba ideológicamente y la segunda se exponía aún más. Hoy, en momentos de emergencia institucional, el gran partido de la derecha es irreconocible para quienes le acompañaron en tiempos difíciles. Desde el punto de vista de la unidad nacional, la actitud del PP ante la financiación autonómica es inadmisible e inaceptable; su defensa de la herencia histórica, cultural y religiosa española brilla por su ausencia, e incluso desde algunas instituciones –como el Ayuntamiento de Madrid–, se las ataca con entusiasmo; participa en la erosión de las instituciones constitucionales dejándose llevar por las malas prácticas de los socialistas. Y, sobre todo, con motivo de la crisis económica participa de la ofensiva estatista contra la sociedad civil de la que saldrá de ésta más débil y la clase política más fuerte. Los síes críticos o las abstenciones muestran que entre la exigencia liberal de eliminar poder público y la tentación de los políticos de acapararlo, el PP se queda con lo segundo.

En consecuencia, la derecha social se encuentra hoy abandonada a un sentimiento de orfandad y de resignación que le es nuevo. Tras años de ilusión y lucha, hoy se ve relegada e incluso combatida por sus teóricos representantes. Pero algo está claro, y es que no cabe la resignación: la derecha civil española ha ido ya demasiado lejos como para echarse atrás en el papel que ha buscado y que le corresponde en la vida política. Una vez dado el paso adelante durante la pasada legislatura, no puede ni debe retroceder sólo porque el gran partido de la derecha la haya abandonado y se haya bunkerizado junto con el resto de la clase política. Debe echar el resto y pelear cada palmo de tierra. En el caso del aborto, iniciativas como la del bebe-Aído o la reciente de Hazte Oír muestran impulso moral y camino a seguir en otras áreas. Sin políticos, es necesario que el movimiento cívico liberal-conservador madure independizándose, organizándose y armonizándose para vigilar y fiscalizar incluso a la derecha política que lo ha abandonado. 

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